Roycer tiene una vista de águila que nunca falla. Puede ver —a larga distancia— el vientre biodiverso del río Sécure como si fuera uno más de los que viven en sus aguas diáfanas y cristalinas. Una de las más transparentes del mundo.
Roycer Herbi es un indígena amazónico Yuracaré que ha nacido en las profundidades del Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure (TIPNIS) de Bolivia. Con sus piernas largas, se mueve seguro como un felino y con esa voz parsimoniosa que tiene, suele decir con absoluta certeza:
Este modelo de turismo sostenible, a su vez, es un escudo que espanta a las amenazas insanas dentro de la selva, como el narcotráfico, las deforestaciones, la minería ilegal, el tráfico de tierras y —por ende— los incendios forestales.
—¡Atento, allá hay un gran dorado!
Cuando eso dice, cuando también apunta con su dedo índice la dirección donde ha detectado el movimiento de un ejemplar de una de las especies piscícolas más valiosas y admiradas del planeta; en el rostro del pescador que está junto a él, que ha recorrido cientos de kilómetros —o acaso miles— para llegar hasta este punto remoto del planeta, se dibuja una sonrisa enorme porque dentro de pocos segundos estará peleando con el monarca de los peces y —después de una batalla corta pero intensa— caerá rendido a la belleza del cuerpo tornasolado y de los ojos profundos del amo del río y —tras que recupere el aliento— lo dejará ir como se deja ir a un buen amigo. Entonces, el dorado avanzará sin prisa y su silueta se irá perdiendo ante los ojos agradecidos del pescador; pero Roycer, que sabe interpretar el lenguaje del monte, continuará observándolo hasta que se pierda en las profundidades de las aguas mansas del Sécure, y deseará ser uno de ellos porque a Roycer no hay cosa que más le guste que nadar pletórico y libre como un pez en estos ríos que forman parte de este territorio que todavía es uno de los mejores conservados del mundo, gracias a que en la parte Norte de esta área protegida se desarrolla una actividad ecoturística que espanta a los enemigos del bosque: la pesca sostenible con “mosca” y con devolución.
El TIPNIS es un lugar privilegiado del planeta que ya el naturista y expedicionista francés, Alcides D’Orbigny —que exploró Bolivia entre 1830 y 1833— describió a esta región amazónica de Bolivia como “la selva más hermosa del mundo”.
Y con toda seguridad que D’Orbigny no se equivocó en describir con esas palabras a este pedazo impresionante del planeta. Esta zona, donde se desarrolla el proyecto de pesca con devolución, es un área de transición entre la cuenca amazónica y las montañas que se alzan esbeltas y besan las nubes húmedas que regalan lluvias magníficas y generosas y puestas de sol que, en belleza, compiten con los amaneceres que no descansan porque el estrés, aquí, es algo que aún no se ha inventado.
EL TIPNIS es un área protegida de 1.236 296 hectáreas (12.363 km²) —casi el doble de extensión que la ciudad de San Pablo, Brasil— que tiene dos escudos de protección: es Parque Nacional desde el 22 de noviembre de 1965 y Territorio Indígena desde el 24 de septiembre de 1990. En ese universo verde, alberga una enorme cantidad de vida tan importante que, después del Parque Nacional Madidi, el TIPNIS es una de las áreas protegidas con mayor biodiversidad en el mundo.
Geográficamente está ubicado entre los departamentos del Beni (provincia de Moxos y municipios de San Ignacio y Loreto) y Cochabamba (provincia de Chapare y Ayopaya y municipios de Villa Tunari y Morochata). Pero su importancia no se queda solamente en este epicentro de naturaleza espléndida, sino, desde estos lugares impulsa el desarrollo de la vida por todo el globo terráqueo.
Los indígenas Yuracarés, Tsimanes, Moxeños, y Trinitarios saben que los títulos de Parque Nacional y Territorio Indígena son muy importantes, pero que no son suficientes garantías para proteger a este territorio imprescindible para ellos. Saben que varios enemigos no duermen, que el bosque es una joya apetecida constantemente, que esta parte Norte del TIPNIS es uno de los pocos lugares casi intactos del continente sudamericano, que la vegetación exuberante ayuda al equilibrio ambiental del planeta y que, si algo malo pasa aquí, serán ellos los primeros en quedarse sin casa ni comida ni ríos ni árboles ni lluvias ni futuros días felices.
Llegan desde tierras lejanas, por unos días, para encontrarse de frente con el dorado y para disfrutar de un bosque que cuida de la humanidad.
También saben que de nada serviría quedarse sentados para ver pasar a los enemigos de la naturaleza o quejarse en silencio del eterno olvido estatal o de la falta de recursos económicos de las familias indígenas que habitan el TIPNIS. Ellos han decidido aprovechar los tesoros naturales que habitan en las profundidades de la selva y desarrollar un programa de turismo sostenible utilizando al dorado amazónico como el imán capaz de atraer a turistas amantes de la “pesca con mosca”, un modelo de pesca sostenible con devolución de los peces al río y con un profundo respeto por la cultura indígena.
Fuera de Bolivia, especialmente en Estados Unidos y en algunos países de Europa, la pesca con “mosca” es una actividad que tiene un gran número de adeptos.
—Al pez se lo pesca, pero no se lo mata— asegura Roycer, mientras sus pies, fuertes y descalzos, caminan por el Pluma, uno de varios ríos que bañan el TIPNIS.
Este modelo de turismo sostenible, a su vez, es un escudo que espanta a las amenazas insanas dentro de la selva, como el narcotráfico, las deforestaciones, la minería ilegal, el tráfico de tierras y —por ende— los incendios forestales. Eso también lo sabe Roycer Herbi, lo saben sus padres y sus abuelos y los vecinos de las comunidades que, lejos de haberse quedado con los brazos cruzados, masticando las necesidades históricas en silencio, desde el 2009 vienen cautivando a un público extranjero, atraído no solo por el dorado, como un pez emblemático que no es originario de la cuenca amazónica pero que, por alguna razón, el TIPNIS tiene la suerte de tenerlo en sus ríos y sus habitantes han dado con la fórmula para sacarle provecho a la naturaleza sin hacerle daño.
Fuera de Bolivia, especialmente en Estados Unidos y en algunos países de Europa, la pesca con “mosca” es una actividad que tiene un gran número de adeptos. Consiste en una modalidad de pesca que utiliza una caña y un señuelo artificial llamado mosca que va montado sobre un “anzuelo sin muerte o rebaba”, es decir, sin esa astilla punzante tipo gancho, con el fin de garantizar el mínimo daño al pez para que el pescador lo devuelva al agua inmediatamente. El anzuelo se reviste con materiales artificiales (fibras de distintos tipos) o naturales (plumas, pelo de ciervo), imitando opciones de alimento para el dorado: pequeños peces, insectos, frutas, entre otros.
La fama de esta oferta es tal que cada año llegan más de 400 personas en paquetes semanales, la gran mayoría desde los Estados Unidos, empujados por la fama de que el TIPNIS se encuentra entre los más prestigiosos destinos internacionales de pesca con mosca sostenible y es considerado sin discusión el mejor lugar del mundo para pescar el gran dorado, que para los nativos es el jaguar de los ríos, porque esta especie de pez es clave en el mantenimiento de la estructura y función de los ecosistemas que habita, puesto que al ser un depredador por excelencia, mantiene el equilibrio en la cadena alimentaria y un control de las poblaciones de otras especies de las zonas donde vive.
Nada de esto hubiera sido posible si los indígenas, dueños del territorio, no hubieran creado la Asociación Indígena de Turismo del Sécure Alto, unida a la empresa Untamed Angling (una sociedad anónima constituida en el Beni en 2008, cuyo nombre en español quiere decir “Pesca Indómita”), para hacer realidad el proyecto Tsimane, que es la marca visible de la oferta de pesca sostenible que se muestra a nivel mundial.
Esta estructura de trabajo, a decir de ambas partes, permite que el proyecto no solo sea exitoso, sino también, sostenible en el tiempo, siempre con el objetivo puesto en la conservación de la naturaleza, la protección de las especies y el respeto por la cultura de las comunidades indígenas que desde tiempos inmemoriales habitan esta región de Bolivia.
Los indígenas son los dueños del emprendimiento, tienen la licencia ambiental, ponen sus conocimientos culturales a disposición y lo comparten con los visitantes. La empresa, por su parte, realiza el trabajo administrativo, logístico, de marketing y de mantenimiento de los tres Albergues: Sécure Lodge, Agua Negra Lodge y Pluma Lodge que llevan el nombre del río cercano donde están instalados y operan de mayo a octubre de cada año, desde que finaliza la temporada de lluvias hasta que ésta empieza a caer y elevar los niveles de las aguas.
En el TIPNIS, los ríos son el alma del monte. Son la música que acompaña a todo ser vivo que habita el territorio. El canto de las aguas viaja por entre los muchos tonos de verdes que pintan el bosque y avisa a los animales el camino para que salgan a calmar la sed, a quitarse el calor con un baño de rutina, a saciar el hambre con la comida que habita en su mundo interno. Un tapir se abre paso por entre las ramas, camina a paso seguro hacia la orilla y se mete a las aguas cálidas del Sécure. Su nariz es lo único que ha quedado en la superficie, se mueve como un gusano inquieto atrapando el aire que necesita el cuerpo del animal para disfrutar sin miedo a los hombres que están a metros de él.
Consiste en una modalidad de pesca que utiliza un señuelo artificial llamado mosca que va montado sobre un “anzuelo sin muerte o rebaba”, para garantizar el mínimo daño al pez para que sea devuelto al agua inmediatamente.
Quienes están al otro lado del río aman el silencio.
El cuarteto de hombres está compuesto por dos pescadores que han llegado de Estados Unidos, dos guías que se complementan como dos tuercas de una misma pieza: uno de ellos es un indígena que aprendió el oficio en la escuela de la selva, y el otro se ha hecho en la academia y llegó al TIPNIS con su experiencia de mundo bajo el brazo. Los dos son los ojos del pescador, los que, cuando vislumbran el lomo dorado de un pez, lo dicen sin gritar, emocionados, pero saben que —para no hacer ruido— deben hacerlo con esa voz de piano que les sale de la caverna de sus gargantas.
El pescador, que desde Estados Unidos ha recorrido por lo menos 4.000 kilómetros —emocionado— cimbra la delgada caña y la línea se mece por el aire como un lazo que con el peso de “la mosca” cae a centímetros del animal. Cuando el dorado pica, salta por el aire mostrándose entero bajo el sol de la selva, y empieza la batalla entre hombre y animal. El pez ha mordido el anzuelo sin rebaba, lo ha hecho con sus dientes fuertes y apretado con sus mandíbulas prominentes. El pescador intenta traerlo a la orilla, pero la fuerza del dorado es tal que debe cederle línea y cuando vea que se está yendo demasiado, lo traerá hacia él, pero evitará tensar ese hilo que existe entre ambos, que los comunica, que los aleja, que los une, que los convierte en enemigos momentáneos, en dos gladiadores que han convertido el río amazónico del TIPNIS en un Circo Romano. Si la línea se tensa demasiado correrá el riesgo de romperse, entonces, el pescador se quedará con la cabeza gacha, como si estuviera acudiendo al mayor de sus fracasos; pero si sabe manejar la situación, si controla la fortaleza del animal y no sucumbe a sus piruetas que hará en el aire como si fuera un potro endiablado, llegará a dominarlo y cuando note que el dorado ya agotó todas sus fuerzas, acudirá a él, pondrá sus rodillas dentro del agua, lo tomará por la parte baja del cuerpo, le sacará “la mosca” de su boca grande, lo dejará descansar dentro del agua, aguardará a que recupere sus fuerzas y entonces —solo entonces— le abrirá las puertas de sus manos y lo dejará ir bajo la mirada de sus dos guías que también se sienten parte de la batalla donde no hay vencedores ni vencidos.
Allen Gillespie llegó desde los EEUU y es uno de los cientos de pescadores que ha venido el 2022 hasta el TIPNIS en busca del dorado. La pesca está prendida en su piel. La casa de sus primeros años estaba a pocos metros de un río y con esa cercanía empezó a pescar cuando tenía cinco años. A sus 20 años conoció la pesca con “mosca” y con devolución y, desde entonces, viaja por el mundo en busca de ríos donde se pueda pescar de manera sostenible, respetando las culturas locales y el medioambiente.
Cuando Allen está a orillas del río, siente que los problemas cotidianos de la vida se van arrullados por el vaivén tranquilo de las aguas.
—Es impresionante este lugar, dice Allen, al caer la noche, después de haber estado durante el día mojando sus botas en las aguas de Tsimane, caminando de aquí para allá, con la caña de pescar en las manos, con la sonrisa amplia cuando sintió atrapar a un pez, con el sudor en la frente en plena pelea, con el adiós definitivo tras quitarle el anzuelo de su boca con dientes filosos, tras soltarlo para que se vaya nadando en sus propias aguas.
—Ojalá nos encontremos nuevamente, le dice al dorado en silencio, a quien le declara su admiración porque supo pelear con todas sus fuerzas y que, al final, ya sin aliento, el animal se entregó al pescador, quizá como un acto de confianza, quizá decidido a morir.
La pesca sostenible con devolución, también implica caminar por entre la neblina que, paso a paso, revela las bellezas del TIPNIS.
Allen ahora está disfrutando del fresco de la noche en la terraza del Pluma Lodge, el buque insignia de los tres albergues que se levantaron en el TIPNIS. Es una especie de hotel cinco estrellas en pleno bosque tropical, iluminado por una luna buena y por la energía eléctrica que produce un generador que ronronea rodeado de árboles esbeltos, un escenario con habitaciones de madera con vista al río y a una vegetación que le hace a uno sentir que está arropado por la creación más bella de este planeta.
La fama de esta oferta es tal que cada año llegan más de 400 personas en paquetes semanales, la gran mayoría desde los Estados Unidos, empujados por la fama de que el TIPNIS.
En las cabañas de los tres albergues se duerme plácidamente en habitaciones confortables y reinan los jugos de fruta de estación y un menú preparado por chefs que no solo aman la cocina, sino que también son capaces de llevar hasta el plato los aromas vivos de la naturaleza.
No fue fácil construir esta catedral del ecoturismo en pleno bosque amazónico de Bolivia. Marcelo Pérez ha sido el visionario que —sobre sus hombros de Atlante— ha sostenido el peso de una obra monumental comparable con una epopeya silenciosa que fue capaz de construir —primero en sus sueños— y después en la realidad que ahora puede tocar y ofrecer al mundo entero.
Los servicios básicos de cabecera de las ciudades, esos que parecen tan normales, como el Internet, la energía eléctrica, el agua potable y la ducha caliente, aquí también están presentes. Y no se trata de un milagro o algo parecido, sino, es fruto de un trabajo en equipo que Marcelo Pérez —que es el director de Tsimane— lo cuenta con el talento nato de un narrador oral, como si se tratara de una novela de ficción o de una película que aborda sobre un proyecto titánico.
Todo empezó el 2006 con las primeras exploraciones, los trámites y permisos ambientales, y el acuerdo entre los indígenas y Untamed Angling de la que Marcelo Pérez es la cabeza principal. Tres años de papeleos para luego levantar en plena selva amazónica lo que en aquel tiempo parecía impensable. Un ir y venir de las canoas por los ríos durante días y noches, atravesando cachuelas y rápidos, transportando equipos y materiales de construcción: desde un clavo hasta un generador de electricidad de varias toneladas.
Marcelo estuvo moviéndose en camiones por los caminos de tierra que llevan de Trinidad hasta San Ignacio, navegó incansablemente, de sol a sol, en las canoas de los indígenas que lo acogieron como a uno de los suyos y también voló en avionetas cuando llegaba la hora de agilizar la construcción de las cabañas que ya tenían día y hora para recibir a los visitantes.
Adolfo Guarachi Flores, que llegó de El Alto para trabajar junto a todo un equipo conformado por indígenas y personas de diferentes lugares de Bolivia, recuerda con una evidente nostalgia: “Transportamos el generador desde Trinidad, por tierra y por agua. Una semana de viaje en una canoa de 18 metros de largo. Hay una zona donde no hay playa y solo barrancos a los costados. No se puede bajar ni para hacer las necesidades fisiológicas, dos días y dos noches pura agua”.
La aventura mayor no fue transportar los generadores en canoa, sino, subirlos hasta el lugar de las cabañas. La suma de estrategia y fuerza colectiva. Por lo menos 30 hombres entregando su fuerza física para levantar y mover el aparato metálico que ahora da luz durante las noches cálidas en medio de la nada o —mejor dicho— de toda la inmensidad de la selva.
El dorado no es una presa fácil. En el agua tiene la fuerza de un ferrocarril y en el aire la destreza de un felino.
El generador alimenta con electricidad a todas las habitaciones, al comedor y habitaciones de los trabajadores hasta cierta hora de noche, para después dar paso a la energía solar que queda a disposición para cualquier necesidad que puedan tener en la madrugada.
En las cabañas de los tres albergues se duerme plácidamente en habitaciones confortables y reinan los jugos de fruta de estación y un menú preparado por chefs que son capaces de llevar hasta el plato los aromas vivos de la naturaleza.
Además de los materiales de construcción, también llegaron albañiles y carpinteros, plomeros, y eléctricos de Trinidad. Un equipo de trabajadores que bordeó las 70 personas, que se sumaron a los indígenas que también fueron indispensable en la gestación de los albergues, muchos de ellos, grandes navegantes que con las cargas indispensables surcaban los ríos a contrarreloj, para que las obras no se detengan.
Los trabajadores empezaban con sus faenas antes de que despunte el sol y terminaban a la medianoche. El 8 de agosto de 2009 llegaron los primeros visitantes desde los Estados Unidos y el Ecolodge (albergue ecológico) se terminó justo antes de que ellos pongan sus pies en el bosque amazónico del TIPNIS.
“Esta actividad recreativa genera recursos económicos para proteger un millón doscientas mil hectáreas del TIPNIS y la cultura de 33 comunidades indígenas y sus organizaciones”, dice Marcelo Pérez, y reconoce que, si no existiera este proyecto de pesca con devolución, seguramente esta región estaría como muchas áreas protegidas y territorios indígenas de Sudamérica: amenazados o directamente intervenidos por actividades ilícitas, minería ilegal, avasallamientos, incendios y deforestaciones.
“Este proyecto funciona como un escudo protector, porque todo lo ilegal escapa de los lugares donde se desarrolla el turismo sostenible”, enfatiza.
En esta historia también pasaron dos desgracias: en diferentes años, los ríos, tras sus crecidas de temporada, derribaron los dos ecolodges originales, el que estaba en los márgenes del Sécure y también el del Pluma.
—No lo podía creer. Tenemos que hacer otro— le dijo Adolfo a Marcelo.
Las aguas se lo habían llevado todo. Solo quedaba la cocina y las habitaciones donde dormía el personal.
Por suerte, la desgracia ocurrió en tiempos de lluvia, cuando los albergues están inhabitados, es decir, fuera de temporada.
Marcelo Pérez —que nació en Buenos Aires, que es arquitecto de profesión e impulsor del turismo sostenible como un mecanismo para proteger a la naturaleza, recuerda cómo los indígenas que estaban aguas abajo, también quedaban atónicos cuando observaban a las cabañas a la deriva sobre las aguas bravas.
Con trabajos a contrarreloj, lograron construir y equipar los nuevos albergues en zonas de más altura y a tiempo para que la temporada no se vea afectada, puesto que los visitantes ya reservan su estadía incluso con uno o dos años de anticipación.
Lejos de abandonar el proyecto, el crecimiento de Tsimane ha ido en aumento. La imagen y demanda internacional ha llevado a que se lance desde el 2022 la oferta de Heli Fishing, un nuevo programa “que lleva a los pescadores a la experiencia de la jungla intacta”. Los visitantes se hospedan en los nuevos albergues de Pluma Lodge y del Sécure Lodge y desde ahí vuelan en helicóptero durante cinco o 10 minutos hacia las aguas vírgenes”.
El helicóptero, que tiene una capacidad para cuatro pasajeros, surca el horizonte con la pericia de un ave. Al otro lado de las ventanas están las copas de los árboles frondosos, las flores silvestres que pintan el bosque de colores que suelen besar las nubes de vientre amarillo. Desde arriba también se puede ver el interior de los ríos porque las aguas —cristalinas como son— no esconden ningún tipo de secreto. Las playas con arenas blancas sirven de helipuerto para aterrizajes sin contratiempos y cuando el bicho metálico ya se ha ido, la selva entrega los cantos de los pájaros como una de sus mayores sinfonías.
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Los visitantes, desde sus destinos internacionales, llegan a Santa Cruz. Aquí duermen una noche. Luego, parten en un vuelo chárter hasta Oromomo, la comunidad donde viven indígenas Tsimanes y Yuracarés. Ahí les esperan con las canoas listas con las que navegan el río Sécure. Un viaje de una hora que permite a los viajeros sentir la fuerza viva de la selva, el viento suave en la piel, contemplar la vegetación que de a poco va entregando sus paisajes de montaña y si tienen suerte, verán algunos animales silvestres que salen a la orilla a tomar el sol o el agua sin prisa ni tiempo.
Las playas con arenas blancas sirven de helipuerto para aterrizajes sin contratiempos y cuando el bicho metálico ya se ha ido, la selva entrega los cantos de los pájaros como una de sus mayores sinfonías.
En las pistas de las comunidades de Oromomo y Asunta hay guardaparques que registran la llegada de todos los turistas, anotando el nombre, el pasaporte la fecha de ingreso y de salida.
Con el proyecto de pesca con devolución, los guardaparques del TIPNIS también se ven fortalecidos. El proyecto les aporta con botes, motores, gasolina, víveres, y apoya con logística para que puedan moverse durante sus operaciones de rutina. Además, el Servicio Nacional de Áreas Protegidas (SERNAP), percibe un SISCO (Sistema de Cobros) por cada turista, que es considerado el más alto de América Latina, y alcanza, por el ingreso de más de 400 turistas por temporada, una recaudación superior a los Bs 380.000. Estos recursos se depositan en una cuenta del Ministerio de Medio Ambiente y Aguas y ayudan a cubrir prácticamente los costos anuales del parque.
El modelo de negocio consiste en que, de las utilidades netas de cada año, las comunidades indígenas se quedan con un equivalente al 50 por ciento y la empresa corre con todos los riesgos operativos, inversiones, y mantenimiento de los Ecolodges (Albergues Ecológicos). Cada fin de temporada, Marcelo Pérez y su equipo de administración les rinden las cuentas en una de las comunidades del TIPNIS, en asamblea general supervisada por el SERNAP, y les depositan el dinero en una cuenta que la Asociación Indígena ha abierto para este propósito.
“Del 2022, van a recibir unos tres millones de bolivianos, entre las regalías y los sueldos de los trabajos que realizan en diferentes rubros. Hay indígenas que ofician de guías que acompañan a los pescadores, otros son pilotos de las lanchas, cocineras o hacen labores de mantenimiento, venta de artesanías, y cuidado de los predios de las cabañas”, dice Marcelo, que también explica que, del total del monto que les entregan, la Asociación Indígena de Turismo se queda con el 50% de las regalías y que la otra mitad la comparten con las 17 comunidades que existen a orillas del río Sécure y también con una decena de comunidades que existen en la zona Sur del TIPNIS.
En Oromomo, los indígenas muestran, orgullosos, los resultados de las inversiones que realizaron con el dinero de las regalías. Tienen nueve plantas de purificación de agua que sacan del río, la transportan con ayuda de una bomba a motor hacia un tanque y la potabilizan para que la puedan tomar sin miedo a enfermarse.
Javier Beltrán es el médico que atiende en Oromomo y en nueve comunidades más. A lo largo de los años ha visto cómo, a pesar de todos los problemas que significan vivir en un lugar que históricamente no fue atendido, la calidad de vida ha ido mejorando poco a poco. Sabe que el agua es un factor importante para la salud, pero también la alimentación. En este último aspecto, dice que el reto que tienen es mejorar la alimentación para espantar al fantasma de la desnutrición a causa de que los indígenas del TIPNIS no tienen una alimentación nutritiva equilibrada. Comen carbohidratos y proteínas, pero les faltan verduras.
Un escenario de postal. Las entrañas del TIPNIS.
Entonces, los planes que tienen en Oromomo y en otras comunidades es impulsar los huertos familiares. Eso la pone feliz a Dionisia Herbi, que ahora está trabajando en el campamento del Pluma Lodge. Ella es la que se encarga de cocinar para los guías de su comunidad y de otras que están acompañando a los pescadores, de cocinarles en el fogón que ella atiza con esmero.
Los servicios básicos de cabecera de las ciudades, esos que parecen tan normales, como el Internet, la energía eléctrica, el agua potable y la ducha caliente, aquí también están presentes.
Desde este rincón del TIPNIS Dionisia también puede comunicarse vía WhatsApp con sus familiares que viven en otros lugares de la Amazonía, gracias a que, con los recursos del turismo sostenible que reciben, han podido levantar la antena y recibir el servicio de Internet satelital.
El transporte por agua también se ha visto fortalecido porque el combustible —que era uno de los grandes problemas— ahora ya lo pueden comprar con mayor facilidad y planificar viajes que duran días y semanas, hacia Trinidad, pero también a localidades que están en las riberas de los ríos.
Los ríos, en el TIPNIS, son las autopistas de las comunidades indígenas, y los motores peke peke montados en canoas de madera angostas de aproximadamente 10 metros de largo por 1,5 de ancho— son las alas y los pies de sus habitantes que se mueven de un lugar a otro para ir a pescar, a cazar, a visitar a sus parientes; como ambulancias cuando necesitan sacar a un enfermo a una ciudad grande y —en general— como una forma de vida que no se concibe sin el río y sin esas balsas con las que descubren cada día sus territorios.
El peke peke avanza a ritmo constante. En las curvas del río, el motor suena como un aliento cansado, pero lleno de vigor. El Sécure es como una cobra inmortal, cuyo cuerpo de agua es una cuna donde viven dorados y sábalos, pacúes y bagres y es también la fuente que calma la sed de todo ser vivo que habita en esta tierra de indígenas que reciben con los brazos abiertos al turismo sostenible.
Los indígenas se han dividido en grupos que trabajan en los albergues Sécure Lodge, Pluma Lodge y Agua Negra Lodge durante dos semanas y, de esa manera, pueden tener oportunidad de trabajar la mayoría de los vecinos de diferentes comunidades.
Cuando retornan a sus casas, llegan con el dinero ganado que utilizan para comprar víveres o para tenerlo guardado para cualquier contratiempo. Es como cuando van a cazar por subsistencia, después de varios días en el monte, retornan con la carne de los animales silvestres con las que alimentan a sus familias.
El proyecto de pesca no ha intervenido en la cultura y el estilo de vida nómada que los indígenas atesoran desde tiempos inmemoriales.
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Heli Fishing, un nuevo programa “que lleva a los pescadores a la experiencia de la jungla intacta”.
Michela Ribera camina con aplomo por las orillas del río Pluma en busca del dorado al que ella califica como un pez mágico. Nacida en Trinidad, aprendió a pescar con mosca cuando comenzó a trabajar prácticamente en todas las funciones del proyecto Tsimane, allá por el 2009, donde ahora es gerente de atención al cliente y también promueve el marketing como protagonista de los videos que filman para promocionar la oferta de pesca con mosca a nivel mundial.
Todo empezó el 2006 con las primeras exploraciones, los trámites y permisos ambientales, y el acuerdo entre los indígenas y Untamed Angling de la que Marcelo Pérez es la cabeza principal.
“El dorado está entre los cinco peces más valorados en el mundo de la pesca con mosca”, enfatiza Michela y cuenta que el proyecto va más allá de la pesca: “Tsimane una experiencia excepcional, desde que el visitante llega a Bolivia y se interna en la selva”.
La vivencia sensorial es un vaivén de sonidos de pájaros y de insectos, de imágenes únicas que regala el bosque, de encuentros con animales que, al no haber tenido contacto con hombres malos, no corren a esconderse porque sienten que no peligran sus vidas. Las huellas de los jaguares en la orilla del río son una constante, como también lo son las de los tapires y de toda una comunidad de animales silvestres que —como es el caso de los monos— pareciera que saludaran desde las ramas de los árboles.
Michela hace números y dice que el 90% de los clientes que llegan al TIPNIS, son de Estados Unidos, el resto, de países de Europa y algunos vienen de Sudáfrica, Asia y de América Latina. El paquete del viaje consiste en nueve días: siete en uno de los tres Ecolodges y dos noches en Santa Cruz, al ingreso y al terminar el viaje.
El nombre del país está quedando bien a nivel internacional, dice Michela Ribera, que resalta la complementación de trabajo que existe entre la empresa que ella gerenta, con los indígenas de TIPNIS: “Nosotros proveemos el servicio de hotelería y todo el trabajo de logística y promoción a nivel mundial; y los indígenas, son los que tienen los conocimientos ancestrales de su cultura y de la naturaleza, son los que mejor comprenden la selva y también los que abren las sendas para los circuitos de pesca. Ellos conocen los cauces de los ríos y los cambios que producen las lluvias. El pescador con “mosca” es una persona muy ambientalista, deja la mínima huella de su presencia en el lugar”.
La carne y otros productos que se utilizan para la elaboración de los alimentos —complementa Marcelo Pérez— son traídos desde Santa Cruz y el proyecto no caza ni pesca ningún animal que viva dentro del TIPNIS. En los albergues no se come el dorado ni ninguna otra especie que habita en los ríos de esta región amazónica de Bolivia.
“Toda la basura inorgánica que se genera en los albergues se recolecta en basureros y es llevada en canoa a Trinidad para que se la transporte finalmente hasta los vertederos municipales”, explica el director de Tsimane.
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Alejandro Gatti llegó de Argentina para trabajar como guía de los pescadores en el Pluma Lodge. “Nosotros hacemos de nexo para que el cliente pueda lograr la pesca, o sea, le damos indicaciones sobre en qué lugares pescar y en qué lugares no, dónde avanzar, dónde quedarse quieto, realizar lanzamientos largos o cortos de la mosca”.
El helicóptero, que tiene una capacidad para cuatro pasajeros, surca el horizonte con la pericia de un ave. Al otro lado de las ventanas están las copas de los árboles frondosos, las flores silvestres que pintan el bosque de colores que suelen besar las nubes radiantes del horizonte.
Lo que hace un guía es leerle el río al pescador.
“Cada río tiene infinidad de corrientes. Uno tiene que saber interpretarlas para que la “mosca” caiga delante y lo más cerca posible del dorado, que es un depredador innato. Cuando el agua está clarita, el pez se posiciona más al medio del río, pero cuando está oscura, producto de alguna lluvia, el animal se acerca más a la orilla”. Esos conocimientos que explica Alejandro, los ha aprendido a través de estudios, leyendo libros, viendo documentales, conversando bastante con gente experimentada.
Eso que Alejandro lo ha aprendido en la academia y también de forma empírica, los guías nativos lo han recibido a través de los conocimientos que les han impartido sus abuelos y sus padres. Leer el río, para los Tsimanes y Yuracarés, es algo innato. Y en este trabajo, lo que hacen ambos guías —los llegados de Argentina, como Alejandro, y los originarios, como Roycer, es complementarse, enriquecer sus conocimientos. El uno, es experto en pesca con mosca y habla inglés —lo que facilita comunicarse con el visitante estadounidense— y el otro tiene una vista privilegiada que divisa al pez a larga distancia. El uno sabe a qué distancia debe caer la “mosca” ante el animal, y el otro sabe cómo se debe caminar a orillas del río para no espantar al dorado y también sabe cómo el pescador lo debe agarrar tras que lo pesque, sin lastimarlo, y en qué momento debe devolverle al río.
En cada uno de los tres Ecolodges hay un comedor finamente decorado con las fotografías de Daniel Coimbra Fernández, un artista de la imagen que viene caminando los ríos con el mayor de los entusiasmos y observando los detalles de la selva que después las convierte en una gráfica. En el comedor de cada albergue sirve comida internacional con aromas culinarios del bosque y vinos de altura de Bolivia, Chile y Argentina.
Después de la cena, los visitantes se quedan a conversar sobre sus hazañas, sobre lo asombrados que están con los paisajes y la biodiversidad del TIPNIS.
El helicóptero aterriza en una orilla del río. Deja a los pescadores y retorna para recogerlos.
En el Pluma Lodge, la chef jefa es Jennifer Waly, hija de padre paquistaní y madre brasilera que, cansada de trabajar en Santa Cruz, recuerda que acudió a una entrevista laboral y que lo primero que le dijeron fue: De antemano te digo que lo que necesitamos es a una persona para trabajar en la jungla.
Desde arriba también se puede ver el interior de los ríos porque las aguas —cristalinas como son— no esconden ningún tipo de secreto.
Ella dijo que sí y tras llegar al TIPNIS quedó enamorada de la naturaleza que tenía ante sus ojos.
“Dejé una forma de vivir en la ciudad, un estilo de vida agitado. Aquí es la simplicidad expresada en un lugar tranquilo y en armonía con la vegetación y las culturas indígenas”, dice Waly, que a los conocimientos de cocina que trajo para poner en práctica, fue fusionando los aportes culinarios de los Tsimanes y Yuracarés.
Vicente Llorente es el gerente de todo el Pluma Lodge y a su cargo están 25 trabajadores, entre los originarios y los llegados de Santa Cruz, de otros lugares de Bolivia y de Argentina. Él es uno de los más antiguos porque llegó al TIPNIS el 2009, y desde entonces se dio cuenta —y también lo ha confirmado con la opinión de los visitantes extranjeros— que no existe otro lugar en el mundo que tenga esta biodiversidad y estos paisajes de ensueño, con sus ríos donde el dorado es el rey de los peces.
“Hemos constituido un gran equipo de trabajo, una simbiosis perfecta. Yo
me considero un afortunado. Espero que este paraíso dure mucho, que Bolivia lo sepa cuidar y una forma de proteger es apostar por el turismo sostenible que ahuyenta a todos los enemigos del medioambiente”, dice Vicente, que al final de cada temporada retorna a la Argentina, su país natal, pero que después de pocas semanas extraña tanto el TIPNIS que cuenta las horas hasta que llegue el día de retornar para encontrarse de nuevo con los sonidos armoniosos de la selva.
Cuando todos los visitantes se han ido, los trabajadores de Tsimane también preparan sus maletas. Los indígenas se van a sus comunidades y continuarán caminando el bosque porque el mundo nómada está en sus pies. Atrás quedan los albergues en silencio. Los ríos empiezan a subir con las primeras lluvias que caen de un cielo cargado de un inmenso rebaño de nubes, que después, se fusionan con las montañas que entregan sus aguas a los ríos donde habita el dorado que protege al TIPNIS.
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Tras la fotografía, los dorados son entregados nuevamente a río.
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DIRECCIÓN Y TEXTOS: Roberto Navia. FOTOGRAFÍAS: Daniel Coimbra. EDITORA MULTIMEDIA Y DE REDES SOCIALES: Lisa Corti. JEFA DE PRODUCCIÓN: Karina Segovia. DISEÑO Y DESARROLLO WEB: Richard Osinaga.
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