Gabriel Baracatt habla por los eternos olvidados del planeta, por los que están siempre en la primera fila de las desigualdades. Eleva la voz y su voz está cargada de información y revelaciones: “Si un país ya vacunó a toda su población y otro país solo al 10%, el mundo no vacunó a nadie porque ningún país se va a salvar solo”. “Las reglas del mercado están decidiendo quiénes acceden a la vacuna contra el Covid-19”. “La nueva normalidad necesita una vacuna contra la inequidad del sistema”. “Hay países que ya tienen reservadas vacunas para tres años pagando precios muy por encima del mercado”.
Gabriel Baracatt es el director ejecutivo de Avina, fundación referente en promover el desarrollo sostenible y la defensa de las democracias en América Latina. Desde esa trinchera, la voz de Gabriel sobrevuela por los confines del mundo para proponer que la vacuna contra el Covid-19 sea un bien público global y no un producto que beneficie solo a unos cuantos, a los países que tienen más dinero o poder.
Gabriel, a nombre de Avina, ha emitido la propuesta desde Santa Cruz de la Sierra (Bolivia), donde vive. Cada día esa voz se expande y va sumando seguidores entre la humanidad. Ésta no es la primera cruzada que emprende, pero, sin duda, una batalla planetaria que, si llega a vencer, será un éxito global.
Esta pandemia no es una casualidad. Es un adelanto de lo que nos espera como humanidad si no transformamos nuestra relación con la naturaleza.
– ¿Cómo evalúas la cruzada mundial que inició Avina, esa gran lucha por conseguir que la vacuna sea considerada un bien público global?
– La lucha por los bienes públicos siempre es difícil y más aún cuando abogamos por un bien público a nivel global. Es importante señalar que hoy en día no existen mecanismos institucionales multilaterales que permitan declarar un bien o servicio como bien público global. Por esto, el camino no es fácil y exige consensos en todos los niveles que todavía no están ocurriendo. Como consecuencia, vemos que la brecha en el reparto de vacunas se mantiene y amenaza con profundizarse: según la People’s Vaccine Alliance, 9 de cada 10 personas de países pobres no tendrán acceso a una vacuna durante el 2021.
No obstante, la sociedad civil, como suele suceder, está más adelantada que las instituciones: vemos que cada vez más personas y organizaciones se suman al reclamo, de una u otra manera, para exigir que la vacuna sea un bien público, que la asignación de dosis sea transparente, que las personas en condiciones de vulnerabilidad tengan la prioridad para recibir las vacunas y que no haya privilegios en los sistemas de asignación. Y este hecho es fundamental: las personas en todo el mundo están entendiendo que un tratamiento contra el COVID-19 solo tiene sentido si sus vecinos también tienen acceso a ese tratamiento, sea cual sea. Y que lo mismo pasa a nivel país: ningún país logrará estar a salvo del virus si sus vecinos no logran lo mismo. En este sentido, estamos viendo con mucha esperanza que la gente exige cada vez más que se apliquen los criterios de los bienes públicos para la adquisición de vacunas y que la salud sea un derecho humano fundamental.
– ¿Cómo nació la idea y cómo la concretaron en una propuesta?
– Avina trabaja desde hace más de 20 años por el aumento de los bienes públicos en América Latina en cantidad y en calidad. Nuestra región se caracteriza por tener pocos bienes públicos. Los pocos que tiene, por lo general son de baja o nula calidad o han sido cooptados por un sector de la sociedad. Pero, a lo largo de todos nuestros años de experiencia, hemos visto que la calidad de vida de la gente aumenta drásticamente cuando tiene a su disposición bienes públicos tangibles, como agua, salud o educación o bienes públicos intangibles, como libertad para ejercer el derecho a peticionar a las autoridades o para exigir información pública.
Hoy vemos cómo la enfermedad del COVID-19 está afectando dramáticamente la vida de las personas en todo sentido: desde limitarlas en su movilidad, su acceso al trabajo, hasta afectarles su salud, su estado anímico y la calidad de vida de sus familias. Y esto sucede en todo el mundo. Por eso, hoy en día, cualquier tratamiento efectivo para combatir esta enfermedad debe ser un bien público y estar a disposición de cada persona en todos los rincones del mundo, porque, de lo contrario, no hay posibilidad de que superemos esta crisis como humanidad.
Así nació esta propuesta, a raíz de muchas conversaciones con otras organizaciones que veían con la misma preocupación cómo los países más ricos estaban acaparando vacunas y los más pobres no recibían nada. Y lo primero que hicimos fue darle visibilidad a esta problemática: diseñamos una herramienta que aporta datos estadísticos sobre la enfermedad, pero además nos permite saber el ritmo de vacunación de cada país del mundo, la cantidad de vacunas que imparte y el tiempo que resta para inocular a toda su población.
Gabriel fue el primer director del Servicio Nacional de Áreas Protegidas (Sernap), y fue en la Reserva Eduardo Abaroa donde implementó el sistema de cobros que permitió generar recursos para las comunidades y para el parque natural.
PERFIL
Las huellas por el mundo
Gabriel Baracatt ingresó a Avina el año 2000. Se desempeñó como representante nacional en Bolivia. En el 2009 fue designado director de innovación social, después fue director de operaciones y a partir del 2013 es director ejecutivo de dicha fundación.
Gabriel fue director Nacional de Biodiversidad y director General del Servicio Nacional de Áreas Protegidas de Bolivia (Sernap). Fue dirigente cívico y universitario en Bolivia e integrante de diversas juntas directivas de organizaciones nacionales e internacionales, y recibió distinciones y reconocimientos por su aporte a la conservación en América Latina.
Gabriel es licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Autónoma Juan Misael Saracho de Tarija, en Bolivia. Ha realizado cursos y postgrados en gestión ambiental, conservación y alta gerencia. Gabriel está casado, tiene tres hijos y vive desde el 2001 en Santa Cruz, Bolivia.
– En la página web de Avina hay un contador (http://www.avina.net/) que marca el avance de la vacunación en los países del mundo. ¿Cómo se ha conseguido diseñar esta herramienta que muestra la realidad casi en tiempo real?
– En Avina somos conscientes de la importancia de tomar decisiones basadas en información precisa. Por esto, dedicamos buena parte de nuestro trabajo a generar sistemas que nos permitan elaborar diagnósticos y evaluar las condiciones bajo las que trabajamos, así como el impacto que generamos con nuestras acciones.
A la vez observamos que los países que diseñan estrategias que combinan la toma de decisiones basadas en la ciencia y el desarrollo de sistemas de información pública abiertos y transparentes han logrado mejores resultados en el manejo de la crisis y en la asignación de las dosis.
Si un país ya vacunó a toda su población y otro país solo al 10%, el mundo no vacunó a nadie porque ningún país se va a salvar solo.
Por esto, creamos el visualizador de datos del COVID-19, que reúne informaciones de bases de datos oficiales en un mismo visualizador, sobre los cuales realiza estimaciones. Creamos esta herramienta, que es de libre acceso, como un aporte a la discusión global sobre la cuestión de las vacunas, no solo para visibilizar la inequidad, sino también para proveer a las ciudadanías del mundo información sobre lo que ocurre en sus países y brindar así una herramienta para el monitoreo ciudadano. Porque el involucramiento de la ciudadanía es indispensable para implementar exitosamente cualquier estrategia de manejo de la pandemia. Si un país ya vacunó a toda su población y otro país solo al 10%, el mundo no vacunó a nadie porque ningún país se va a salvar solo.
– América Latina sufre la pérdida del 30% de vidas por Covid. ¿Crees que esta cifra evidencia la inequidad en el reparto de dosis o que también es un reflejo de las desigualdades históricas en el territorio?
– Sin duda es un reflejo de las desigualdades históricas en nuestro territorio y tiene que ver con cuestiones de fondo, como la inequidad social y económica y la falta de sistemas de salud públicos de calidad. Vivimos en una región en donde todavía tenemos un largo camino por recorrer para lograr que la salud sea un bien público y esté a disposición de todas las poblaciones en sistemas de calidad. Este problema tiene muchas causas que se manifiestan en mayor o menor medida en todos los países de la región: hay una desvalorización de lo público, hay indiferencia e impotencia social, hay desconfianza en nuestras instituciones que, además, se muestran en muchos casos inoperantes, ineficientes e incluso ausentes y que tienen una tendencia a la privatización de los bienes y servicios públicos.
De modo que el hecho de que en nuestra región ocurran 3 de cada 10 muertes por COVID en el mundo, al tiempo que tenemos el 10% de la población del planeta, no es una casualidad: es la consecuencia de cientos de años de inequidades que se reflejan en sistemas de salud deficientes, ineficaces e incapaces de proveer un servicio de calidad a todas las personas por igual.
Y este cuadro, es agravado por el inequitativo reparto de las dosis de vacunas, donde hay países que ya tienen reservadas vacunas para tres años pagando precios muy por encima del mercado.
Pero esta inequidad no se refleja solo en la vacuna. Por ejemplo, Inglaterra ya provee a su población de manera gratuita de un kit para que cada poblador pueda realizar en su propia casa un hisopado de control dos veces por semana como mecanismo de detección temprana de contagios. Esto indica que la nueva normalidad llega a algunos países y a otros no. Por eso sostenemos que sin un nuevo paradigma de equidad no hay nueva normalidad posible
– ¿Qué ha fallado para que mientras algunos países presuman de tener inmunizada ya a buena parte de su población, otros reciben las vacunas a cuentagotas?
– Ha fallado el hecho de que no consideramos la salud como un bien público. Por esto, permitimos que las reglas del mercado decidan quiénes acceden a un tratamiento, en este caso una vacuna contra el COVID-19, y quiénes no. Y detrás de esto, hay una serie de causas que son muy complejas, pero que también tienen que ver con inequidades históricas entre el Norte y el Sur Global, que llevan a algunos países a estar mejor posicionados que otros para enfrentar una situación como la que estamos viviendo.
Pero, a la vez, tampoco estamos viendo que haya una actitud solidaria por parte de estos países: por dar un ejemplo, Canadá ha adquirido una cantidad de vacunas que supera cinco veces su población. Y esto indica que tampoco hay una consciencia real de las implicancias de un problema global. A la vez, estas inequidades ocurren porque hay un sistema que lo permite y porque no se han logrado implementar acciones efectivas para garantizar vacunas para todo el mundo.
Ejemplos de estas acciones son apoyar la liberación de patentes, fortalecer instrumentos de cooperación global como el COVAX, exigir convenios éticos con las corporaciones que producen las vacunas e impulsar acuerdos con los países que cuentan con dosis que superan sus propias necesidades.
Gabriel Baracatt (centro), con Iván Arnold (extremo derecha), cuando volvieron s a la Reserva de Tariquia (Tarija) después de más de 20 años de lucha para su consolidación como área protegida
– ¿Crees que, tras el hallazgo de la vacuna contra el virus, también llegó la gran desilusión?
– Más que una pregunta es una afirmación. Se confirmó la ilusión para los que pueden acceder a la vacuna y al mismo tiempo, se confirmó la desilusión de los que nunca acceden a nada. El mundo perdió la oportunidad de construir una nueva normalidad tomando a la vacuna como ícono. En lugar de convertirla en un bien público y en un factor de inclusión, la mantuvimos bajo las reglas de mercado. En términos sanitarios puede que hayamos acertado, pero en perspectiva de cambio cultural, descubrimos la vacuna equivocada. La nueva normalidad necesita una vacuna contra la inequidad sistémica.
Bolivia ha profundizado nuestra condición de exportadores de materia prima con una lógica extractivista que está avasallando áreas protegidas, territorios indígenas, contaminando fuentes de agua y provocando una deforestación a niveles que no vimos antes.
– ¿Es suficiente el mecanismo COVAX?
– El mecanismo COVAX es una buena iniciativa, pero no es suficiente. Falta generar mecanismos robustos y vinculantes que permitan la distribución equitativa de la vacuna a nivel global. El lema de los Objetivos de Desarrollo Sostenible dice “no dejar a nadie atrás”, por lo tanto, es un imperativo ético garantizar el acceso a la vacuna o a cualquier tratamiento contra el COVID-19 en el mundo y la Organización de Naciones Unidas debe asumir el liderazgo para lograrlo.
Por otro lado, también vemos mucha opacidad en los contratos que firman los países con las corporaciones que desarrollan algunas de las vacunas que están en circulación. Hoy en día, las vacunas son bienes escasos y están siendo administradas y distribuidas bajo lógicas mercantiles. Por eso, se deben transparentar estos acuerdos y las ciudadanías del mundo deben estar informadas sobre ellos, para tener la capacidad de monitorear, no solo la cantidad de dosis que recibe su país y la trazabilidad de estas dosis, sino también las condiciones de su adquisición. Así, tendrá la capacidad para exigir las condiciones que le sean favorables a la sociedad, que estén basadas en el bien común y a precios justos y asequibles. Cualquier mecanismo de acceso a vacunas y gestión de la crisis debe generar estrategias para involucrar a la sociedad y generar confianza, ya que cualquier plan de manejo de la pandemia necesita el apoyo de la ciudadanía para una implementación exitosa.
– ¿Qué va a ocurrir si la vacuna no se convierte en un bien público global?
– Probablemente se profundice la brecha que ya se está generando: los países más ricos adquirirán muchas más vacunas que las que necesitan para sus poblaciones y los países más pobres no alcanzarán a recibir las dosis suficientes para inocular a sus poblaciones. Y esto será un obstáculo enorme a la hora de superar la enfermedad: ya sabemos que el coronavirus se desplaza por todo el mundo, de manera que seguirá estando entre nosotros y mutando en cepas más dañinas si no logramos frenarlo.
– A partir de esta tormenta de la pandemia, ¿cómo debe ser la relación de la humanidad con el medioambiente?
– Esta pandemia no es una casualidad. Es un adelanto de lo que nos espera como humanidad si no transformamos nuestra relación con la naturaleza. Hoy tenemos una relación de desapego: vivimos en un sistema de producción lineal, basado en la extracción de recursos naturales y en la quema de hidrocarburos. Todo eso está provocando la crisis ecológica en la que esta pandemia se inserta: vivimos en un mundo en el que alrededor del 40% de la superficie agrícola está degradada, los déficits de agua se extienden por el mundo y el calentamiento global amenaza la continuidad de la vida como la conocemos. Mientras tanto, una de cada nueve personas en el mundo sufre hambre.
Por todo esto, tenemos que cambiar nuestra relación con la naturaleza hacia una basada en la armonía y el respeto de los ciclos naturales, de la biodiversidad. Debemos pasar de un modelo de producción extractivo y lineal hacia una economía circular, en la que todos los materiales vuelvan al ciclo productivo y nada sea descartado. Un vínculo no basado en la extracción, sino en la regeneración y la sostenibilidad. Ese debe ser nuestro horizonte, ya que es la única posibilidad que tenemos que asegurar un presente y un futuro de bienestar y dignidad. Y el camino hacia ese horizonte, en términos de la crisis climática, son movimientos globales como Race to Zero, a los cuales hay que integrarse y apoyar.
– Y en el caso de Bolivia en particular en el tema ambiental. ¿Qué debe hacer el país?: ¿Gobierno, empresas y ciudadanos?
– Uno de los mayores desafíos de Bolivia y otros países es cómo avanzar seriamente en el desarrollo sostenible, que no solo es tema ambiental si no un proceso integral de desarrollo.
Bolivia, al igual que muchos países de la región, hemos profundizado nuestra condición de exportadores de materia prima con una lógica extractivista que está avasallando áreas protegidas, territorios indígenas, contaminando fuentes de agua y provocando una deforestación a niveles que no vimos antes.
Por ello definir e implementar una agenda de desarrollo sostenible requiere del consenso y participación de los sectores claves de una sociedad, estado, sociedad civil y empresa. Ese diálogo y concertación es clave
– ¿En el tema de la pandemia, pero también en todos los temas que englobe la salud del planeta, coincides en que no hay ninguna salvación que sea individual, sino que se necesitan soluciones colectivas?
– Coincido plenamente. Incluso es una oportunidad invaluable para obtener pistas sobre cómo resolver otros grandes problemas globales. Me refiero en especial a la crisis climática, que es el desafío más grande que hemos enfrentado como humanidad en toda nuestra historia, y nuestra supervivencia, depende de que lo superemos. Y se trata de otro problema global del que solo se podrá salir a partir de respuestas globales. En este sentido, la crisis inmediata que estamos atravesando puede ser una oportunidad para aprender a generar esas soluciones globales que tanto necesitamos para asegurar la continuidad de la vida tal y como la conocemos.