“El paraíso se defiende y se conserva” —dice Marcia Macoñó, mientras agarra, muy segura, una motosierra que no utiliza para matar el bosque, sino —por el contrario— para manejarlo y así cuidarlo, raleando una que otra planta que le quita luz a los árboles de frutas silvestres con potencial económico alternativo que sirva de escudo protector de un área de campos y bosques de 71.055 hectáreas que está rodeada de una gran deforestación que cada día le muestra sus dientes más amenazantes. El Área Natural de Manejo Integrado Municipal (ANMIM) Laguna Marfil de San Ignacio de Velasco —donde vive Marcia Macoñó— es un paraíso amenazado por la cruz de la extinción. Es un ecosistema atacado por los enemigos más voraces de la naturaleza: los incendios forestales que cada año llegan puntuales a consumir el desastre, los avasallamientos y la deforestación galopante y creciente.
Todo lo que hay alrededor de este maravilloso verde ubicado en la provincia Velasco del departamento de Santa Cruz (Bolivia), es bosque chiquitano deforestado, convertido en territorios extensos sin sombra con pastizales para que pasten las vacas o en cultivos que crecen sobre un suelo que no es apto para la agricultura extensiva.
Dentro del ANMIM está la laguna Marfil, que es compartida por Bolivia y Brasil y que es la laguna natural más grande de toda la provincia Velasco, con el avance de la deforestación y la llegada anual de los incendios, ha ido mermando el caudal de sus aguas, a tal punto que ya es imposible que los indígenas chiquitanos practiquen la pesca de subsistencia, como lo hacían antes.
El ANMIM Laguna Marfil tiene una extensión comparable con el doble de la mancha urbana de Santa Cruz de la Sierra. Eso que parece mucho, no lo es, porque éste es uno de los últimos pulmones naturales que queda en el extremo Este del departamento de Santa Cruz. Un punto verde solitario, quedando desconectado al verse rodeado de talas nuevas y antiguas que avanzan a paso de liebre.
Y no es un pulmón natural cualquiera.
Es un Edén que alberga a más de 80 especies de frutos silvestres comestibles no solo para los animales que cada vez se quedan con menos espacios para vivir, sino también para los indígenas Chiquitanos que igual van perdiendo sus territorios y recursos naturales.
Los vecinos, en pleno, consolidaron sus conocimientos para cultivar los bosques.
Los vivientes ancestrales de aquí, saben que este potencial alimenticio que son los frutos silvestres, son el gran escudo que puede proteger al Área Natural de Manejo Integrado Municipal de los zarpazos de esa extinción creciente que no respeta su título de área protegida municipal que data del año 2011. Por eso, es que han decidido actuar y la decisión que han tomado, ha sido ponerle un nuevo candado protector a este bosque que tiene por fronteras campos extensos de pastos y de soya.
Han decidido cerrar todas las puertas al extractivismo insostenible y desarrollar la silvicultura como actividad tangible para conservar y proteger el bosque.
“La silvicultura es la ciencia destinada a la formación y cultivo de bosques”, explica Celestino Cambará, un hombre de 29 años que nació en Ascensión de Macoñó, una de las 12 comunidades en el AMNIM Laguna Marfil, y que se formó como técnico agropecuario en Pailón y que retornó a la cuna de su nacimiento para trabajar con toda su fuerza y saberes.
Los que habitan en el ANMIM Laguna Marfil tienen muy en claro que para que un área protegida tenga éxito y no solo quede en papeles, es muy importante que los seres humanos que la habitan, encuentren la forma de sacarle un provecho sostenible al bosque y que eso se pueda notar en la economía de zona. Por eso, seis de las 12 comunidades: Ascensión de Macoñó, Marfil, San Lorencito de la Frontera, Buena Hora, Santa Ana de Miraflores y Mercedita de la Frontera, han firmado actas a través de las cuales reconocen, por escrito, el valor del bosque y los declaran área de reserva y prohíben cualquier asentamiento humano en una extensión —para empezar— de 1.300 hectáreas, con planes de ampliar tanto la superficie, como el número de comunidades a esta cruzada que, acaso, puede significar la última oportunidad para salvar este Edén que corre riesgos de desaparecer.
Por eso, la Fundación Para la Conservación del Bosque Seco Chiquitano (FCBC), en el marco del proyecto Bases del conocimiento para la restauración III, ha ejecutado acciones de restauración mano a mano con las comunidades, realizando manejo silvicultural en este espacio natural donde existen más de 10 productos forestales no maderables con potencial aprovechable, y recuperando espacios deforestados (como chacos comunales, barbechos y sitios clave), con plantaciones de almendra chiquitana y cuchi, entre otras, logrando que las comunidades reconozcan y vean al bosque como una fuente de recursos sustentable y rentable, reduciendo la tendencia de deforestación y promoviendo la conservación.
Es de conocimiento general en detalle que las comunidades, además de sufrir por la deforestación y por los incendios forestales y sus efectos cada año, también se ven amenazadas por la sequía, que afecta severamente sus medios tradicionales de vida; y recuerda que el municipio de San Ignacio de Velasco, donde se encuentra en ANMIM Laguna Marfil, el 2022 fue el que tuvo la mayor superficie afectada por incendios forestales, alcanzando más de 431 mil hectáreas quemadas, el equivalente a 431 mil canchas de fútbol.
Frente a eso, el manejo silvicultural engloba varias actividades, que van desde reforestar las zonas boscosas que fueron afectadas por los incendios, corte selectivo de la vegetación que impide que las plantas seleccionadas se desarrollen, y declarar a la zona como área de reserva comunal, prohibiendo cualquier asentamiento humano y el cambio de uso de suelo.
Huáscar Azurduy, jefe de la Unidad de Conservación y Restauración de la Fundación para la Conservación del Bosque Chiquitano (FCBC), enfatiza que las actas firmadas por los caciques y otras autoridades locales, reconocen el valor del bosque para las comunidades, declarando áreas de reserva todos los polígonos que protegen frutos silvestres, plantas medicinales y prohíben cualquier asentamiento humano. “Además, esta decisión comunal, si bien tiene un efecto positivo en la conservación y restauración de los recursos naturales comunes o medios de vida, tiene también otra faceta vinculada con el territorio, dado que pone un candado adicional ante los riesgos de avasallamientos actuales”.
Los habitantes de Laguna Marfil están tan comprometidos que las mujeres han aprendido a manejar herramientas tradicionalmente usadas por hombres en el manejo forestal, rompiendo barreras de género y haciendo una incidencia directa en comunidades y generaciones futuras.
Marcia Macoñó (29 años) vive en Buena Hora y es una de las mujeres que ha decidido entregar todas sus fuerzas para proteger el bosque. Por eso, no lo ha pensado dos veces para aprender a manejar la motosierra porque, además de vivir de la siembra de maíz, arroz, yuca y plátano, quiere que los frutos silvestres del Bosque Seco Chiquitano también alimenten la economía de su hogar.
“El clima está muy caliente. En los últimos 10 años la temperatura se ha elevado, la culpa es de la deforestación que se ha expandido mucho”, dice bajo la copa de un árbol de piquí que regala una sombra apacible. Hasta aquí ha llegado junto a otros comunarios del ANMIM Laguna Marfil para ayudar a que los árboles frutales se desarrollen mejor. Ayudarles a recibir más luz —cuenta— no es otra cosa que ir cortando algunas plantas circundantes y ramas de otros árboles vecinos que compiten por los rayos solares.
De esa manera, la almendra, el piquí, la mangaba, el sucá y las chirimoyas de monte, el sinini, la isiga, el guapomó, la pitajaya, el paquió, el tarumá, el guapurú del campo y el cusisito, entre otras especies silvestres, tienen mayores posibilidades de ampliar sus copas para producir abundantes frutos.
Protegida por la sombra del Piquí, Marcia Macoñó observa el árbol que tiene un tamaño mediano y una corteza gruesa como para que el jaguar y otros animales de la zona, rasquen su lomo o afilen sus garras. Sus hojas tienen bordes aserrados y sus frutos —explica— entran en la palma de la mano, tienen una cáscara gruesa de color verde y una pulpa interior amarilla y aceitosa.
Paula Castedo Tapeosí está al lado de Marcia, también disfrutando de la sombra fresca, después de haber trabajado “limpiando” el bosque. Mira los árboles que hay a su alrededor y dice, con una honestidad evidente: “Es muy bueno este momento porque le estamos dando valor a los frutos silvestres”.
Marilyn Macoñó es otra de las mujeres que le está sacando provecho al monte. Ella ya ha dado un paso adelante y ha producido licor de Mangaba. La Mangaba, explica, es una fruta redonda que cuando madura presenta tonos amarillos y verdes y, en algunos casos, con pintas rojas. Durante los días de cosecha, se interna en el bosque y cuando logra una buena cantidad, retorna a su casa de madera donde vive, al frente de la tranca policial que anuncia que la frontera con Brasil está muy cerca.
Hace algunas semanas hubo una feria en San Lorencito, una de las 12 comunidades del ANMIM Laguna Marfil y en ella ha logrado vender varias botellas. El sabor del licor, cuenta Marilyn Macoñó, se hace más fuerte en la medida en que se lo deja macerar más tiempo.
Celestino Cambará Macoñó, a sus 29 años es un profesional en Agropecuaria y ha estado a la cabeza, como técnico, del mencionado proyecto en el ANMIN Laguna Marfil ejecutado recientemente por la FCBC. “El trabajo que realizamos consiste en la reforestación y manejo silvicultural. Para empezar, en los últimos cuatro meses, se reforestaron 150 hectáreas con almendras chiquitanas, se lo hizo en los chacos de los comunarios y en las zonas afectadas por los incendios forestales”, comenta Celestino, en su casa de Ascensión de Macoñó.
Es una casa de madera, la suya, donde vive con su esposa Brenda, sus dos hijos pequeños y su perro Breno, rodeada de frutas silvestres y de un ciruelo treintañero que plantó Elva Cambará, la primera dueña de esta casa que desde hace mucho tiempo vive en Pontes e Lacerda (Mato Grosso, Brasil).
La noche ha caído en Ascensión de Macoñó, el canto de las ranas viaja desde los humedales alimentados por las lluvias de temporada y entran por la ventana pequeña de la casa de Celestino.
“Si no se reforestan, estos bosques tardarán hasta 20 años en volver a su estado de buena salud que tenía hasta antes de la deforestación o los incendios”, dice Celestino, que pone énfasis en revelar que con el proyecto también están protegiendo las quebradas y los humedales que son la fuente que calma la sed de las comunidades indígenas y de los animales.
“Estamos generando condiciones económicas con el fruto silvestre, preservando el agua y evitando los avasallamientos. Es como ponerle un candado más para que no entren los colonos a talar y ocupar nuestro territorio”.
Un letrero que deja en claro que aquí es área protegida.
La voz de Celestino viaja por el interior de la casa y se nota la pasión que genera en él los trabajos que las comunidades están emprendiendo para salvar el ANMIM Laguna Marfil. “La Silvicultura consiste en darle condiciones a los árboles silvestres para que se desarrollen mejor. Hemos identificado al menos 10 especies con potencial, entre otras muchas que crecen en la zona. Estamos priorizando las futas de mangaba, piquí, mochochó, guapomó, guayabilla, sucá, ala de ángel, almendra chiquitana, turere, lucumillo y la lúcuma”.
Las aspiraciones de los habitantes de Laguna Marfil son altas. Tienen planes de instalar una planta que convierta en pulpas, harinas y en conservas algunas frutas que son apetecidas por el mercado brasilero.
“Estamos a cinco kilómetros del mercado donde podemos introducir nuestros productos”, dice, refiriéndose a que el territorio de Brasil empieza a cinco kilómetros de la casa donde Celestino se encuentra alimentando la noche con sus palabras.
“En Brasil consumen el piquí como ingrediente para sazonar sus comidas”, dice, emocionado, mientras destapa una botella delgada.
“Es la única que queda con licor de Mangaba”, dice, sonriente.
Pedro Cambará, subalcalde del distrito 11 que corresponde el AMNIM Laguna Marfil, donde viven aproximadamente 1.600 habitantes, recuerda con mucho dolor lo ocurrido el 2019, el año que él considera como del gran desastre.
“El fuego y la sequía acabaron con casi todo”.
La laguna de Ascensión de Macoñó, en su mejor momento, alimentada por el agua de lluvia.
Pero sabe también que a la naturaleza hay que darle una mano para protegerla. Por eso, considera que el proyecto de reforestación y de silvicultura que se está llevando a cabo, les está ayudando a abrir los ojos para darle el valor enorme que tienen los frutos silvestres. Pedro Cambará vive con su hermana Olga, en una casa cálida de barro que cuenta con dos dormitorios, una cocina con fogón y un comedor. Tienen allí un mueble donde guardan decenas de ollas de aluminio que brillan incluso durante la noche, iluminadas por un foco tímido conectado a la batería alimentada por un panel solar que siempre mira al cielo limpio y amplio de Ascensión de Macoñó.
Gabriel Chuvé, cacique de Mercedita, se mueve de su casa a su chaco en una carreta que es tirada por Chico, el burro que —él mismo lo ha dicho— “no es burro”, sino —por el contrario— es un animal muy inteligente.
Gabriel es un hombre que, ahora más que nunca —como el resto de los habitantes del ANMIM Laguna Marfil, está entregado al cuidado del medioambiente. El proyecto de silvicultura ha reforzado sus conocimientos para luchar contra todos los enemigos del bosque.
Su temor es que, después de las lluvias, con la llegada de la época seca retornen los incendios. Pero también sabe que en la medida en que los vecinos del área protegida estén trabajando unidos, la salud de la naturaleza está garantizada.
Janir Ramos Costa Leyte, cacique de La Asunta, la comunidad más joven de Laguna Marfil: “El nombre es en honor a la Virgen de La Asunta, cuya fiesta se celebra el 15 de agosto. Ha sido fundada hace cuatro años con la finalidad de evitar que ingresen los avasalladores”.
Janir está con la cara envuelta en sudor. Son las 18:00 y desde bien temprano ha estado metida en el monte, ayudando a sus vecinos a construir sus casas para que puedan venirse a vivir y así poblar esta comunidad que, además de los cultivos tradicionales como el maíz, también le gustaría vivir de los frutos silvestres.
El sol de otoño calienta con timidez en el Área Natural de Manejo Integrado Municipal Laguna Marfil de San Ignacio de Velasco, la desbrozadora de Marcia Macoñó se detiene, después de haber estado quitando la maleza: —La silvicultura está dando sus frutos y el bosque, a pesar de los incendios forestales y la deforestación, está resistiendo— dice y camina y enfatiza con gran seguridad: “Los árboles silvestres están creciendo como nunca y, con ellos, la fauna silvestre está volviendo a encontrar su hogar”.
Celestino Cambará, el agrónomo de la comunidad y técnico del proyecto de silvicultura y reforestación, dice que está logrando establecer un sistema de producción sostenible y que cada vez son más las comunidades que refuerzan sus conocimientos sobre la importancia de preservar el bosque y se van sumado al proyecto.
Con todos los esfuerzos sumados, el ANMIM Laguna Marfil sigue siendo un paraíso, pero ahora es un paraíso más protegido. La silvicultura ha puesto un candado a los enemigos mortales del bosque seco Chiquitano y abierto una puerta a la esperanza. Un ejemplo de cómo la unión de la ciencia, el conocimiento y la comunidad pueden hacer fuerza común a favor de un futuro sostenible para todos.
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Esta publicación ha sido elaborada por la Revista Nómadas con apoyo de la Fundación para la Conservación del Bosque Chiquitano (FCBC), en el marco del proyecto “Bases del conocimiento para la restauración”, financiado por el gobierno de Canadá. Su contenido es responsabilidad exclusiva de los autores, y no necesariamente refleja los puntos de vista del Gobierno de Canadá.