Un poeta, Giovanni Giudici, hace años atrás escribió un cuento sobre la poesía, su título es Andare in Cina a piedi (Ir a China a pie); como lo hicieron Marco Polo, su padre y su tío. Ellos viajaron y luego Marco hizo escribir a Rustichello da Pisa las memorias de su viaje, El Millón. El poeta quiso más simplemente darle voz a las posibilidades de la palabra, ir a pie desde la Langue hasta la Palabras, un viaje por lugares extraños y lugares maravillosos. Signos y sonidos de nuestra casa del ser.
Y así quedaron a merced del territorio, del clima y de sus vecinos bolivianos; muchos fallecieron por enfermedades tropicales, otros se refugiaron en las ciudades bolivianas, en Perú y en Brasil.
Okinawa es una colonia fundada en los años cincuenta en el departamento de Santa Cruz de la Sierra. Escribió Chalmers Johnson en su monumental Blowback, que después de la ocupación estadounidense de la isla, a los habitantes de Okinawa les fueron ofrecidas tierras vírgenes y financiamiento para la emigración, en Bolivia. Tierras vírgenes que, a su llegada, eran jungla impenetrable y, en cuanto a los financiamientos, había que esperar. Y no siendo ciudadanos de Bolivia como tampoco del Japón (Okinawa ya estaba bajo el gobierno USA) no tenían adónde recurrir. Y así quedaron a merced del territorio, del clima y de sus vecinos bolivianos; muchos fallecieron por enfermedades tropicales, otros se refugiaron en las ciudades bolivianas, en Perú y en Brasil. Los pocos que sobrevivieron a Colonia Okinawa, después de vidas increíblemente difíciles, se volvieron agricultores y tuvieron éxito. Los bisnietos de aquellos desplazados hoy leerán la historia del emperador Hirohito, las profundas narraciones de los tres sagrados de las letras japonesas: Yukio Mishima, Junichiro Tanizaki y Yasunari Kawabata, el mito y el estado de ánimo de un país que nunca han conocido, y que tal vez nunca conocerán.
Llego a Waterloo bajando colinas de un verde que parece pintado por El aduanero Rousseau, o más verde por la endorfina que unas cervezas artesanales, las de Leffe y de Chimay, me pusieron en cuerpo y en mente. Los monjes de Leffe son siempre alegres, desafiando aquel BAC (contenido de alcohol en la sangre) de 0.05 que te hace más creativo, como me sentía aquel día yo también. Será, tuve realmente la impresión de que ahí, algo grande ocurrió. Existen lugares en diferentes partes del mundo donde algo que hizo la Historia se quedó en el aire, uno es Waterloo; Stendhal y Víctor Hugo no son los únicos responsables, o tal vez sí, pero puedo oler el azufre de las balas de los cañones, detrás de la colina oír gritos de órdenes, ver aun el repliegue y la avanzada de los últimos soldados. Novelas que tenemos siempre que leer. En la cafetería del pueblo sirven chocolates, cervezas, pastelerías finas, todo bajo la mirada de Wellington en una litografí. Lejos, en una esquina, unos turistas franceses buscan un retrato, una presencia de “le petit caporal”, una de las obsesiones de Paul Valéry.
Escultura de Guayasamín.
La Piana de Falerone es un valle inmenso, donde en al año 90 a.C. se combatió una de las batallas más cruentas de la época romana; allí aún hoy puedes imaginar el olor a fuego de los cuerpos asados, puedes inventarte el humo detrás de las hileras de árboles, podrás fantasear el choque de las espadas y de las cargas de los centuriones, ahí sigue vivo el ambiente de la batalla; entrando en este inmenso espacio abierto sentimos la inquieta calma del horror de la muerte y de la espantosa quietud después de una carnicería humana, sensación que se prueba todavía visitando Verdún o algunas colinas cerca del río Piave, llegando a estos lugares donde los hombre se masacraron sin piedad. Aquí en esta Piana los socii piceni, al mando de Gaio Vidacilio, de Publio Ventidio y de Tito Lafrenio vencieron a los romanos, guiados por Gneo Pompeo Strabone, aquí a los pies del Mons Falarinus sigue viva la Historia. Como en Waterloo, me senté esperando curiosidades y nostalgias, a mi lado unos extranjeros buscaban respaldo a los años de sus estudios y, mirando el horizonte o el cielo, ahogaban sus memorias en vasos de vinos tintos y en pantagruélicas mesas cargadas de quesos de ovejas y habas frescas.
La chica indonesia, recién salida de un cuadro de Gauguin, me invitó a ir a caballo por la playa. La timidez me hizo retraer, tomamos Bloody Mary hasta el amanecer; luego el olvido.
La Capilla del hombre en Quito inyecta espiritualidad. Con Andrea, la amiga de Valparaíso fuimos solitos a visitar este inmenso espacio donde Guayasamín trasladó su arte, su espíritu, su gana de vivir. Frente al Cotapaxi de los Andes infinitos y tristes un narrador extrae la leyenda de los dos guerreros andinos, Cotapaxi y Chimborazo, enamorados de la princesa Tungurahua. La farsa de esta centenaria lucha sigue viva en las entrañas de los volcanes Guagua Pichincha y del Tungurahua. Cuando uno se activa, el otro lo sigue. Guayasamín tuvo en Jorge Enrique Adoum el amigo que siempre compartió el Ecuador amargo de las páginas del escritor. En ese lugar, bajo el Árbol de la Vida, reposan los dos con la mirada siempre despierta, nunca enfrentándose como los guerreros Cotapaxi y Chimborazo, siempre en búsqueda de la bondad de ser humano. Caminamos con Andrea entre esculturas y árboles, las nubes deslizándose dibujaban el dolor y la violencia de una tierra que solo otro artista, Jorge Icaza, supo devolvernos en poesía con su novela Huasipungo.
Playa Sassi neri es un neohabla perfecto, orwelliano. Más que piedras (sassi) parecen fragmentos volcánicos, copos de minerales para moler y hacer relojes de arena. El camino hasta llegar a la playa es un laberinto de flora de encanto, llegando a la cumbre del Monte Conero reconoceríamos la belleza del mundo griego, como detrás del seto de leopardiana memoria. Un cuadro de Manet se presenta en la playa, una vez nudista, aquella Olympia así tan blanca frente a nosotros es todo lo que Baudelaire quiso escribir sobre el pintor de la vida moderna; el negro de Tiziano, las formas de Rafael, el silencio de Zurbarán ¿Quién hizo esta obra de arte? No se mueve, apenas ondulan sus labios carmesíes y con el viento el pelo negro de su cabello, el humo de un cigarrillo que forma hélices para una Venus que ya sabe volar.
Maurizio Bagatín, en Quito, el 2015.
Zipolite es la playa del amor, así cantaba un blues de los ochenta. De Puerto Ángel en bus se llegaba en menos de una hora, Don Filiberto nos llevó directamente a El Hongo, paraíso de los hippies, nos indicó. Mota de Oaxaca, para volar hasta Tehuantepec, sin retorno para quienes no sepan conducir, bajo el volcán con Malcolm Lowry, el mejor escritor que pisó el ombligo de la luna. Efecto mezcalina. La chica indonesia, recién salida de un cuadro de Gauguin, me invitó a ir a caballo por la playa. La timidez me hizo retraer, tomamos Bloody Mary hasta el amanecer; luego el olvido. Los hippies de Zipolite, de toda la Haight-Ashbury de San Francisco ya desmontó el sueño flower power por el futuro, ya entramos todos en el hombre, teclado, pantalla. Un joint imprescindible.
Lugares extraños y lugares maravillosos, ir hasta China a pie es aún hoy posible, y Edoarda Masi ha escrito páginas entrañables sobre las relaciones entre China y el Occidente que, desde la época de Marco Polo, nadie hoy se imagina; así como cuenta el poeta Giovanni Giudici, no consideramos que, si excavando un hueco en la tierra estando en Italia, y seguimos adelante llegaríamos a las antípodas, en Nueva Zelanda. Lugares extraños y lugares maravillosos.
2009, 90 años del nacimiento de Guayasamín.