La Planta Despulpadora de Asaí es una herencia del Programa Nacional de Biocomercio que en ese entonces era administrado por la Fundación Amigos de la Naturaleza en 2010.
En realidad, las palmeras estuvieron ahí desde tiempos inmemoriales. Los ancestros de los Chiquitanos y Guarasugwé convivieron con ellas en armonía hasta que las necesidades económicas los empujaron a comercializarla de una manera no renovable. Entre 1978 y 2007 operaron plantas envasadoras que procesaban diariamente entre 1.800 y 5.000 palmitos. Pero se trataba de una acción que mataba a “la gallina de los huevos de oro” porque el trabajo consistía en eliminar a la palmera para extraerle el cogollo que era la parte comestible y apetecida en los mercados de las ciudades de Bolivia y el extranjero.
Todo cambió el 2008.
Rolvis Pérez, junto a 25 habitantes de Porvenir decidieron poner en marcha una idea loca: sacarle la pulpa morada a la fruta sin lastimar a la palmera. El 2011 empezó a operar la Planta despulpadora de Asaí y desde entonces empezó a girar la rueda de los mejores días.
Pero antes de que cuenten con una máquina que extraiga la pulpa del asaí, Rolvis y su quipo trabajaron a puro pulmón: utilizaban el tacú (o mortero) para ese gran propósito.
Rolvis Pérez Rivera proviene de una familia de navegantes.
Sus padres nacidos en tierra beniana, realizaban viajes comerciales a través de los ríos amazónicos. Su madre había sentido los dolores de parto cuando estaban llegando a Puerto Villarroel y con la ayuda de su esposo lograron llegar a la ciudad de Cochabamba donde nació Rolvis en 1975.
Estudió ingeniería Forestal y durante 20 años trabajó en una Fundación relacionada al medioambiente. Eso le permitió moverse durante años por las poblaciones indígenas del Bajo Paraguá y del Noel Kempff Mercado, mientras era testigo de cómo la deforestación y los incendios avanzaban y las comunidades se iban vaciando porque sus habitantes se veían obligados a emigrar en busca de trabajo.
“Nos dijeron que era una locura procesar el asaí en este confín del mundo, porque para ello necesitábamos cadena de frío y electricidad. La comunidad se estaba desintegrando, los hombres se iban a los aserraderos. Trabajaron en palmito. Chile prohibió la compra de palmito silvestre, mientras a la par se mataban 11.000 palmeras y apenas ganaba Bs 1 por planta. Estaba ocurriendo una devastación. El pueblo, en decadencia”.
Rolvis Pérez lo cuenta como si estuviera narrando un cuento, sentado dentro de una habitación de madera donde funciona la parte administrativa de la planta. De la pared cuelgan certificados que avalan la calidad orgánica del asaí y las garantías de calidad que exigen organismos nacionales y extranjeros.
—Estaba convencido que, si no se hacía algo, Porvenir iba a desaparecer.
El racimo de asaí, en tierra firme, listo para ser llevado a la plata procesadora.
Así que en esos tiempos conversó con los habitantes de Porvenir. Los que tuvieron fe en su idea le siguieron y formaron una asociación que después se concretó con la construcción de la planta. Pero antes de que cuenten con una máquina la que extraiga la pulpa del asaí, Rolvis y su quipo trabajaron a puro pulmón: utilizaban el tacú (o mortero) para ese gran propósito.
La Planta Despulpadora de Asaí fue financiada por el Programa Nacional de Biocomercio que en ese entonces era administrado por la Fundación Amigos de la Naturaleza en 2010. La herencia de ese emprendimiento ahora da sus frutos y Porvenir disfruta de los beneficios de tener una industria amigable con el ecosistema y generadora de trabajo.
En esos comienzos consiguieron que una Fundación les ayude con el 50% de un primer financiamiento y ellos pusieron la contraparte.
“Con mi esposa Glenda renunciamos a los trabajos que teníamos y apostamos en familia. Si no inyectábamos capital, si no sacábamos créditos de los bancos, hubiera sido difícil continuar porque la pulpa del asaí no era un producto conocido. Había que hacer girar la rueda”, cuenta, emocionado.
Y la rueda giró.
La primera producción fue de 2,5 toneladas y después subió a 40, a 55, a 60 a 80, a 100.
Cuando la producción iba viento en popa, apostaron a una inversión de la Unión Europea de 180.000 dólares y los miembros de la asociación de Porvenir pusieron una contraparte. El objetivo era modernizar la planta.
El 2016 la producción subió a 120 toneladas.
Pero el 2020 vino el descenso por culpa de la pandemia, apenas llegaron a las 35 toneladas.
Pero se levantaron en lo que dura un suspiro. Ahora, procesan 140 toneladas de pulpa y el 90% se exporta a Europa.
El movimiento económico impulsa la generación de nueve empleos en la sección administrativa, da trabajo a 32 mujeres que laboran en dos turnos en el proceso de extracción de la pulpa y 50 hombres se encargan de la cosecha de la fruta.
Antes del 2011 existía 80 familias en Porvenir. Muchos de los que se habían ido han regresado. Ahora viven 140 familias que reciben una ganancia mínima de Bs 200 por día. Fueron atraídas por el empleo, pero también por la energía eléctrica y por el servicio de internet y la añoranza de vivir rodeados del bosque. Generar electricidad a la antigua les significaba un gasto enorme. Necesitaban 250 litros de diésel por día para hacer mover la planta. Eso era una fortuna.
Apostaron a los paneles solares. Lograron consolidad un cofinanciamiento con la ayuda alemana que costó 420.000 dólares de los cuales el 50% está siendo cubierto por la planta y por los vecinos de Porvenir.
La energía eléctrica no solo llegó para el procesamiento de la pulpa del asaí. La comunidad también se vio beneficiada. Antes había corriente solo de 18:00 a 22:00. Ahora, las 24 horas del día.
Los habitantes empezaron a comprar electrodomésticos, televisores, a equipar sus casas de madera con artículos que antes solo habían estado en sus sueños.
Tienen luz y también una danza de dinero que todos ganan con el sudor de la frente. Las 100 toneladas de pulpa que se procesa en una zafra anual genera un millón y medio de bolivianos.
—El 75% del valor de la pulpa por kilo se queda en Porvenir, dice Rolvis— orgulloso.
Cada zafrero gana Bs 2,30 por cada kilo de fruta que coseche cada día.
El promedio es de 100 kilos diarios.
Las mujeres que trabajan en la planta despulpadora ganan Bs 60 por las seis horas de cada jornada. Un grupo entra a las 7:00 y sale a las13:00. El segundo, a las 13:00 y se va a descansar a las 19:00.
—El asaí está entre los 10 superalimentos. Tiene vitamina B, omegas y antioxidantes— recita Rolvis.
Lizandro Saucedo Mendía es el administrador y socio de la planta despulpadora y presidente de la Central Indígena de Bajo Paraguá.
—Estamos justo en el centro del plan de manejo del asaí— dice, sentado en la yerba, debajo de los árboles frondosos y de palmeras que se bañan de los rayos del sol.
Lizandro —orgulloso— mira a su alrededor y cuenta que son 38.000 las hectáreas del plan de manejo forestal con que cuentan y que existe un sub plan de 10.000 hectáreas donde están las palmeras de asaí.
—Los indígenas de Bajo Paraguá vivimos del monte, solo sacamos lo que vamos a utilizar. Vivimos en armonía con la naturaleza. El proyecto sostenible del asaí es un gran logro. Queremos que se replique en otras comunidades. Eso hará que vuelvan los que se han ido. Cuando empezamos, muchos decían que éramos unos locos. Ahora hay resultados. Tenemos trabajo y proyectos. Estamos también por extraer aceite de la palma real. Habrá trabajo el año redondo.
A Lizandro le gusta enfatizar que solo toman un poco del bosque porque del bosque deben vivir humanos y animalitos.
—Las normas dicen que se debe dejar un racimo de asaí en cada planta para la regeneración y para las aves.
José Luis Parapaino está en la punta de una palmera. De los tres racimos que cuelgan de la planta, solo cortará dos. Tiene 32 años y lleva seis de cosechador. Es experto en trepar hasta la cima del asaí.
—Todos los días subo hasta a 15 palmeras para cosechar 130 kilos. Con eso mantengo a mi esposa y a mis tres hijos. Aquí es bonito vivir, tenemos todo. Gracias a Dios cuento con este trabajo que da para sustentar a la familia— dice ya en tierra firme.
Glenda Rivera Chuvirú es la presidenta de la Junta Escolar de Porvenir y también es la esposa de Rolvis Pérez. Ambos, además de hacer rodar la rueda de la Planta Procesadora de Asaí, trabajan en un proyecto ecoturístico. En la casa de los Pérez – Rivera están construyendo cabañas para que sirvan de escenarios de descanso a los turistas nacionales e internacionales que pretenden atraer. El objetivo es que los visitantes recorran la ruta del asaí, acompañen a los cosechadores y que se empapen del día a día de los habitantes de Porvenir, observen a los animales que se encontrarán en las sendas, sientan el sonido de las aves y el sabor de la pulpa convertida en refrescos, jugos y helados.
—Aquí hay mucho porvenir— dice, mientras sube las gradas de madera que llevan a la cabaña donde estarán las hamacas y desde donde se contemplan los árboles cuyas ramas se mueven al ritmo de una brisa que avanza sin prisa.
La mujer cuyo llanto se hizo viral
Maida Peña es la cacique de Porvenir. Nació en Piso Firme y llegó aquí por amor a Andrés Mendía, con quien lleva 32 años casada, tuvo dos hijas y ahora goza de la alegría que le dan sus dos nietos.
—Aquí empieza Bolivia, en este paraíso— dice, mientras mira a su alrededor desde su comedor que en vez de paredes tiene una malla milimétrica verde, desde donde se contemplan los mangales que hay en la calle ancha donde también pastan algunas vacas y dos perros juegan como niños.
“Los árboles son nuestra vida, nuestra casa. No conocemos otra cosa más que vivir en paz con la naturaleza. Los avasallamientos de los interculturales —afines de Gobierno nacional— nos están asfixiando. Con los desmontes llegan los incendios que cada año son peores”, dice, y recuerda que después de las quemas, con las primeras lluvias —si es que llueve— los ríos se llenan de las cenizas que arrastran las aguas y con ello mueren los alimentos.
—Murieron los peces. El río Paraguá se ha ido secando.
El río que pasa a 400 metros tampoco regala su música como años antes.
—La sequía ha matado su canto— lamenta la cacique que quiere hacerle recuerdo al mundo que la vegetación es la que atrae la lluvia y que sin bosques no habrá agua.
Maida asegura que cuando los incendios se van, aquí es un paraíso, se siente la paz, un encuentro espiritual con Dios: “Sentimos que hacemos las cosas bien”.
En materia de educación han dado un importante paso. Desde este año ya hay bachillerato. Pero en salud los tropiezos continúan.
—Tenemos una posta. Los auxiliares quieren irse pronto. Ahora solo hay una voluntaria.
Andrea, la hija de Maida, es enfermera y hace lo que puede para socorrer a algún enfermo. De noche también los atiende en su casa.
Una madrugada de agosto le tocaron la puerta para que atienda a una persona que había sufrido una intoxicación. Andrea sacó algo de su botiquín y el enfermo retornó caminando a su casa.
Maida lloró hace unas semanas cuando estaba dando un discurso en un encuentro de dirigentes indígenas de la gran Chiquitania. Su llanto viajó por las redes sociales y —ahora— dice que llora de impotencia ante los avasallamientos que están perforando el bosque y que las autoridades no hacen nada para evitarlo.
— Lloré de impotencia por que las autoridades no nos ayudan. Que nos dejen morir en silencio por las quemas y los avasallamientos. Los días de fuego, en la comunidad era nubes de humo, animales muertos. Me gustaría que todo boliviano llegue a Porvenir.
Maida asegura que cuando los incendios se van, aquí es un paraíso, se siente la paz, un encuentro espiritual con Dios: “Sentimos que hacemos las cosas bien”.
—Los interculturales que avasallan, insisten que la tierra es de quien la trabaja, pero su modo de trabajar de ellos es deforestar. Nosotros también la trabajamos, pero de una manera sostenible —dice y se queda mirando por un largo rato los árboles de mango que están en flor.
A Porvenir nadie le ha regalado nada. Ningún Gobierno. Coinciden los habitantes.
La energía eléctrica, el servicio de Internet, los empleos que ahora genera la Planta Despulpadora de Asaí. Todo lo han conseguido a sudor y con muchas lágrimas.
Rolvis Pérez recuerda que los paneles solares gracias a los que la comunidad ahora tiene energía ininterrumpida, costó que lleguen a Porvenir, que el viaje desde Santa Cruz demoró más de una semana, que las lluvias complicaron el periplo, que todo el pueblo se volcó a ayudar, que el camión avanzaba a paso de tortuga porque tenían que colocar tablas en el camino para que las ruedas no se hundan, no resbalen, no se empantanen.
Cuando llegaron a Porvenir, con los paneles solares no solo se hizo la luz, sino, el progreso sostenible que al llegar a los oídos de los que emigraron, muchos emprendieron el retorno a la antigua casa.
Rolvis Pérez y su esposa Glenda Ribera lanzarán muy pronto la oferta de turismo comunitario.
STAFF:
DIRECCIÓN Y TEXTOS: Roberto Navia. JEFA DE PRODUCCIÓN: Karina Segovia. FOTOGRAFÍA: Clovis de la Jaille. INFOGRAFÍA Y DISEÑO: Marco León Rada. DESARROLLO WEB: Richard Osinaga. ILUSTRACIONES: Will Quisbert. REDES SOCIALES: Lisa Corti. PRODUCCIÓN DE SONIDO: Andrés Navia. VIDEO: Julico Jordán.