Para Tania Baltazar, más conocida como Nena, trabajar por los más necesitados es una vocación, y un llamado que la ha llevado a vivir entre junglas por más de 25 años. Hoy es una líder que inspira a toda una generación que busca sanar las heridas que le hemos hecho a la naturaleza.
Junto a monos arañas rescatados del maltrato y mascotismo. / Foto: Archivo de CIWY.
Nació en la Paz y creció en los bosques yungueños, rodeada de la exuberancia que ofrecen las montañas húmedas y las plantas. Todo inició cuando de adolescente rescató a una mono araña que —vaya coincidencia— también se llamaba Nena, en situación de maltrato y cautiverio; en esa época no había ningún refugio en Bolivia y no tuvo más opción que llevarla a su casa. Asustada y traumada, la mona empezó en pocas horas a destruir todo al interior de su hogar, y la madre de la joven Tania le hizo elegir: O se va la mona o se van las dos…
–Ese día dejé mi casa y me fui con la mona–, recuerda el momento agrio que le marcó su norte por siempre.
Vivió un tiempo en casa de unos amigos mientras buscaba una solución, pero pronto se volvió insostenible. Llegó a plantearse llevarla al zoológico, pero no fue capaz, ya había formado un vínculo muy fuerte con ella, y no confiaba en las condiciones del zoológico, que en aquellos tiempos no eran buenas.
Finalmente, en 1996, dejó atrás su familia, amigos, estudios de biología y todas sus comodidades y con tan solo una mochila, un sueño y cuatro monos que había rescatado, aparte de Nena, se fue a Villa Tunari, en el Chapare (Cochabamba), donde fundó junto a otros jóvenes el primer refugio de animales silvestres en Bolivia, al que le puso por nombre Machía.
Ya estando en la selva chapareña, Nena pudo presenciar de cerca la caza ilegal; conoció cada día más historias desgarradoras de animales huérfanos y de madres que fueron asesinadas para arrebatarle sus bebes para comercializarlos. Con la cantidad de injusticia a su alrededor, sintió la urgencia, la necesidad de hacer algo más, y decidida, empezó a rescatar más especies y a realizar campañas de educación ambiental.
Comenzó a trabajar con el gran felino de América en 1998, cuando recibió su primer jaguar en Machía, era un macho juvenil que había sido rescatado en La Paz cuando iba a ser vendido a un circo y fue entregado al refugio.
—Decidí llamarlo Sama, que en lengua amazónica Yuracaré, significa tigre/jaguar—, recuerda.
Fue un momento agridulce y de sentimientos encontrados para Nena; por un lado, quedó fascinada por lo hermoso que era el animalito, pero inmensamente triste por las condiciones en la que llegaba y por haber sido arrebatado de su libertad y de su futuro en la selva. A la vez, se la hacía un nudo en la garganta por la enorme responsabilidad que implicaba trabajar con el gran felino de América.
Kusiy, un jaguar rescatado. / Foto: Claudie Ruel.
La Comunidad Inti Wara Yassi (CIWY) (nombre de la ONG), más que una entidad, es una familia de voluntarios y trabajadores de todo el mundo, que comprometidos y, liderados por Nena, lleva más de 25 años trabajando sin descanso en el rescate, rehabilitación y cuidado de fauna silvestre y que en el transcurso de los años ha fundado, tres santuarios: Machía que significa “Terreno Montañoso” en Yuracaré, está en el Chapare; Ambue Ari, que significa “Otro Día” en lengua Guaraya, se encuentra en la zona de Guarayos, y Jacj Cuisi, que significa “Tierra de Sueños” en las lenguas Mosetén y Tacana es el más remoto, bordeando el Parque Nacional ANMI Madidi. Hoy en día la Comunidad ha expandido sus misiones con acciones integrales que, combinados, buscan poner fin al comercio de animales, a través de la educación ambiental y la investigación científica.
A lo largo de los años, CIWY ha rescatado ocho jaguares, todos con historias muy tristes que tienen un inicio común: alguien mató a la madre y el cachorro fue comercializado.
Yaguarú, conocido por sus amigos como Ru, es un macho jaguar que vivía en una jaula diminuta, como mascota de unos ganaderos, y que con tan solo 10 meses fue entregado al refugio. A pesar de su inicio doloroso, vivir en el refugio cambió su destino, y con su personalidad juguetona, Ru le cambió la vida a los voluntarios que tuvieron la fortuna de trabajar a su lado, tuvo una vida feliz rodeado de amigos que lo amaron y estuvieron junto a él en sus últimos años.
Ru, vivió una vida con los mejores cuidados luego de ser rescatado. / Foto: Antoine-Aupetit.
Trabajar en un refugio con jaguares, no es labor fácil, necesitan cuidados que les permita desarrollar sus habilidades para que no caigan en depresión, porque después de todo, el alma de los animales también se puede quebrar si viven en encierro. Cada día, los voluntarios asignados a cada jaguar caminan kilómetros hasta sus recintos para darles alimento y atención, promoviendo su desarrollo para que hagan ejercicio y estimulen sus sentidos.
Nena sabe que el término “rehabilitación” es muy amplio y no solo hace referencia a la preparación de los animales para la liberación. Para CIWY, el manejo en cautiverio es igual de fundamental, ya que los jaguares llegan con problemas de salud, de comportamiento y traumas que necesitan sanar. Cada rehabilitación es distinta y personalizada según su historia, por eso abordan los desafíos con un equipo multidisciplinar de biólogos, veterinarios y personal con experiencia en el manejo de felinos.
Siempre rodeada de sus grandes amigos, los monos araña que viven en los santuarios. / Foto: Archivo de CIWY.
Retornar un jaguar al bosque no es una posibilidad para CIWY, por muchas razones. Nena sabe que esta labor exige muchísimos recursos de lo que no disponen, tanto económicos como técnicos, pero también, como la mayoría de los jaguares son arrebatados de sus madres a una temprana edad, no logran aprender las habilidades para sobrevivir. Muchos también ya están habituados con las personas y sería irresponsable liberar al felino que, al no tener miedo a un ser humano, es probable que cuando si en algún momento llega a salir de la selva y se topa con una zona urbana, quiera acercarse a la gente.
La situación no es nada fácil, y día a día se encuentran con muchos retos que dificultan enormemente su labor y objetivos, uno de ellos es la falta de apoyo de las autoridades, la burocracia y la inacción de las autoridades para que se cumplan las leyes que protegen la vida silvestre.
–Si el Gobierno hiciese su trabajo, los centros de rescate no tendrían que existir–, asegura Nena y dice que cuando el Gobierno le entrega a los animales, su única aportación es pedirle papeleos, exigiendo un sinfín de requisitos que dificulta su labor. No se dan cuenta que ese cachorro jaguar que le entregan necesita comer por los siguientes 15 o 20 años, que necesita un refugio, trabajadores para cuidarlo, veterinarios, medicamentos y un sinfín de recursos.
A estos desafíos se suma la destrucción del hábitat alrededor de los refugios que Nena ha creado.
—Todos los años sufrimos de incendios por los chaqueos, especialmente en Ambue Ari (Guarayos), que se ha convertido en una isla de selva que sirve de refugio no solo para los animales rescatados, sino también para los animales silvestres que escapan del fuego, la deforestación para la agricultura y ganadería industrial—, relata Nena con enorme tristeza en sus ojos, al recordar que con el pasar de los años, los incendios se incrementan y se ha llegado a quemar el 70% de sus tierras.
Los incendios forestales a causa de la expansión de la agroindustria y chaqueos pone en peligro los santuarios. / Foto: Archivo de CIWY.
Batallar cada año contra el arrasador fuego para que el bosque no se convierta en ceniza, mientras se tiene que seguir cuidando a los animales en los centros de rescate, se ha vuelto una situación insostenible.
—Necesitamos que abroguen las leyes que promueven la destrucción de la selva—, exige Nena, cansada de ver con sus propios ojos a los árboles ser asesinados y a los animales del bosque destruido que se quedan sin hogar.
Pero a pesar de todas las penurias, los animales y trabajadores de CIWY cuentan con ángeles de la guarda, con exvoluntarios y organizaciones comprometidas con el bienestar de la fauna, que, sin sus donaciones, los santuarios no podrían salir adelante.
Ningún día es igual para Nena. Se levanta con la luz del sol, para coordinar las tareas diarias con su equipo: apoya limpiando los recintos, alimentando los animales y cuidando donde haga falta, o en diferentes tareas de construcción. Siempre tiene que estar atenta al teléfono por cualquier emergencia que pueda ocurrir en alguno de los tres centros, y la continua falta de recursos la mantiene preocupada. A pesar de todo el arduo trabajo, su momento favorito es estar con los animales, observarlos, y cada noche antes de dormir, Nena trata de ir a donde uno de ellos para, simplemente, mirarle a los ojos, para recargar energía para el día siguiente.
A través de los años, la educación ambiental se ha vuelto un eje fundamental para Nena y su equipo, desde sus inicios, la comunidad comenzó a trabajar con niños porque sabe que son el futuro. Por eso, cuentan con campañas constantes para hacer conocer el valor del jaguar como especie tope de la cadena alimenticia, como el gran felino majestuoso que es, el rey que ayuda a mantener el bosque saludable, y la importancia de que siga en libertad.
Libro educativo Vengo de La Selva, inspirado en las historias de los animales para concientizar, creado por los artistas Silvia Cuello y Víctor Fernández. / Foto: Lisa Corti.
Nena sueña con un futuro donde no hagan falta los centros de rescate, porque las poblaciones de jaguar estarán siendo respetadas y protegidas. Sueña que no sean perseguidos por sus pieles o sus dientes, ni más madres asesinadas. Sueña en un futuro no muy lejano, que el jefe de la selva pueda vivir libre y tranquilo.
Entre Nena y su mamá no existe ningún rencor, ya han sanado la relación, y su familia a través de los años se ha convertido en el gran soporte emocional que la apoya en su noble labor y destino en la selva.
***
Esta crónica forma parte del proyecto periodístico «Mujeres Jaguar: ellas entregan su vida para que el gran felino de América no desaparezca».
***