
En Montegrande, una comunidad del Territorio Indígena Multiétnico (TIM), (Beni), la defensa del bosque no depende de un ejército ni de funcionarios estatales, sino de hombres como Anastasio Maita Ibañez, un guardabosque de 64 años que ha hecho de la vigilancia de la selva una misión de vida. Recorre senderos de día y de noche, guiándose por el sol, la luna o el viento, convencido de que el monte es la herencia de sus abuelos y el futuro de sus hijos.
—Usted es guardabosque, ¿desde cuándo ejerce esta labor?
—Desde hace cuatro años.
—¿Cómo tomó la decisión de ser guardabosque?
—Cuando empezamos, entraba al bosque mucha gente de afuera. Venían a cazar porque no había tranca, y vimos que era necesario poner una. Hicimos la primera tranca como comunarios, todavía no éramos guardabosques. Luego buscamos apoyo, hablamos con la Alcaldía, cuando todavía dependíamos de San Ignacio. Ya después, al lograr la autonomía, organizamos mejor las trancas, porque la gente entraba sin permiso, sacaba madera, cazaba. Entonces dijimos que tenía que haber guardabosques para proteger el territorio.
—¿Cómo patrullan ustedes el bosque?
—Patrullamos cuando sabemos que entró gente. Vamos a mirar qué han hecho y qué están haciendo adentro. Si no encontramos nada, informamos que no hay problemas. Siempre estamos entrando, como cuando uno va a cazar, pero también vigilamos.
—¿Cuántos son los guardabosques en esta comunidad de Campo Montegrande?
—Cinco.
—¿Podría decirme sus nombres?
—Claro. Están Basilio Viri, Marcelo Yuko, Alejandro Gualú, Cecilio Noe y yo.

—¿Entran juntos o por separado?
—Cada uno cubre su lado. Uno va por un camino, otro por otro, como si fuéramos a cazar. Así cubrimos más monte.
—¿Y qué hacen cuando encuentran algo? ¿Registran?
—Todavía no tenemos teléfono para registrar. En papel apuntamos lo que cazamos, los animales.
—¿Entonces ustedes cazan solamente para comer, no para vender?
—Así es, solo para consumo de la familia. Nunca para negocio.
—¿Y comparten con los vecinos?
—Sí, a veces. Cuando alguien no tiene carne, le damos o cambiamos: por chivé, yuca, plátano. Pero nunca vendemos, solo cambalacheamos.
—¿Qué ha sido lo más triste que encontró usted en el monte como guardabosque?
—Recuerdo en los años 90, cuando las empresas madereras entraron y destruyeron los montes. Eso fue lo más triste. Ahora ya no dejamos que nadie deprede.
—¿Usted entra también de noche al monte?
—Sí.
—¿Y cómo es?
—Con linterna. Uno va solo y no se pierde porque conoce bien el camino.
—¿Cómo se orienta?
—Uno se guía por el lugar donde entró, por la salida del sol, por el viento, por la luna. Siempre hay señales.
—¿Qué cosas ve en el monte de noche?
—Nada especial. Solo algún animal que vamos a cazar.
—¿Víbora?
—Sí, hay, pero con cuidado no pasa nada.
—¿No es peligroso?
—Sí, pero hay que cuidarse.
—¿Y el tigre?
—El tigre no suele atacar a los humanos.
—¿Qué significa el TIM para usted?
—Es nuestro territorio, nuestra conservación, nuestro bosque.
—¿Lo considera un paraíso?
—Sí, como la Loma Santa de nuestros abuelos. Ellos buscaban ese lugar.
—¿Usted ha ido a la Loma Santa?
—No, todavía no. Pero los abuelos ya la encontraron. Ahora tenemos la planificación para entrar.
—¿Cuántos hijos tiene usted?
—Diez, con una sola mujer. Con eso ya me quedo.
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Sobre el autor
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Roberto Navia
Desde hace más de dos décadas transita por el mundo para intentar elevar a los anónimos del planeta al foco de lo visible. Sus crónicas emblemáticas: Tribus de la inquisición y Los Colmillos de la Mafia le han permitido ganar dos veces el Premio Rey de España (2014 y 2017); Esclavos Made in Bolivia, el premio Ortega y Gasset (2007); el documental Tribus de la Inquisición, la nominación a los Premios Goya (2018), Flechas contra el Asfalto y Los Piratas de la Madera desangran el Amboró, dos veces ganadores del Premio de Conservación Internacional, entre otros galardones nacionales e internacionales. Es docente universitario de postgrado, la cabeza de la Secretaría de Libertad de Expresión de la Asociación de Periodistas de Santa Cruz, miembro del Tribunal de Ética de la Asociación Nacional de la Prensa de Bolivia y de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP).